PLAN 75

PLAN 75, de la directora Chie Hayakawa, narra el día a día de una mujer mayor y de otros personajes en un Japón distópico donde el gobierno dicta un plan para que las personas de mayor edad se sometan a una eutanasia voluntaria. La película fue la escogida para representar a Japón de cara a la edición de los Óscar del 2023. Supone el debut en solitario de Chie Hayakawa en la dirección, después de varios cortometrajes y su colaboración en la película Ten Years Japan, una antología de cinco cortometrajes de diferentes directores donde se narraban historias costumbristas del Japón contemporánea.

La historia se centra en la peripecia de tres personas que participan en una situación que aparentemente es de ficción, pero que, a su vez, resulta dolorosamente verosímil. Argumento: las autoridades gubernamentales japonesas, alertadas por el aumento de agresiones a personas mayores y la certeza de no poder asumir el coste del aumento de la esperanza de vida, pone en marcha un plan de eutanasia a la carta a partir de los 75 años. Los ciudadanos que se apunten recibirán una compensación de cien mil yenes y, resueltos el blindaje burocrático y la coartada jurídica, morirán en unas condiciones de dignidad garantizadas por el Estado.

El acierto de la película es que no incluye efectos especiales ni malabarismos de cámara. Con sobriedad y delicadeza, se limita a retratar a tres personas –una mujer de 78 años y dos jóvenes que, a distintos niveles de la cadena de la eutanasia industrial, participan en la movilización– atrapadas por la perversidad de los protocolos que convierten un derecho de dignidad optativa en una operación genocida, voraz y deshumanizada. Hay escenas que hacen llorar y estremecerse con una contundencia simultánea. Ejemplo: el encuentro de cuatro candidatas (todas tienen, como Joe Biden, más de 75 años) que, riendo y cantando, se entusiasman pensando cómo se gastarán los cien mil yenes en una estancia en un balneario lujosamente terminal. O la creciente indefensión de la protagonista, a la que el entorno empuja a morirse, en parte porque ha perdido su trabajo (no volverá a encontrar otro y se transformará en un lastre estructural para la economía japonesa), y en parte porque se entera de que la casa en la que siempre ha vivido será destruida inminentemente. La crueldad gubernamental, disfrazada de oportunidad y solución patriótica al envejecimiento masivo de la sociedad, hace emerger la frialdad y la codicia de quienes finalmente se acaban aprovechando. 

Lo decía Cioran, a quien tan a menudo acusaron de ser un pesimista y un aguafiestas compulsivo cuando solo era un visionario: "La vejez es un castigo por haber vivido". Y a través de los ojos de la protagonista –monumental la contención expresiva de la actriz Chieko Baishô–, el espectador entiende la realidad sin tener que soportar lluvias de efectos especiales ni la habitual tabarra sermoneadora. De modo que, mientras lloramos y nos indignamos, vamos asimilando todos los matices de la crueldad propagandística de nuestros tiempos y el valor de poder digerir este veneno desde una mirada humanística y poética.

Hablaba de esta película el pasado abril a raíz de un artículo de Sergi Pàmies en la vanguardia, pero hoy he visto en Movistar+ que la han incluido en su catálogo de una película diaria. Vale la pena que la veáis.

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