El fascinante mundo de las universidades norteamericanas de élite anda alborotado por las palabras de muchos de sus dirigentes sobre el conflicto de Gaza. La reacción del Estado de Israel a la matanza terrorista de Hamas es una masacre de población civil que interpela a todo el mundo. Los dirigentes de Harvard, Pensilvania o el MIT que han hecho declaraciones más o menos matizadas contra estas actuaciones militares del ejército de Israel han sido acusados de antisemitismo.

Ya ha habido las primeras dimisiones en Pensilvania y tal vez no serán las últimas. Poca broma con el poder irradiador que emana de estas universidades. Cabe recordar que tienen el copyright del pensamiento polí­ticamente correcto. El llamado movimiento woke nació de los colectivos afro­americanos pro derechos civiles, pero luego se expandió por metonimia a otros ámbitos y hoy el término ya se usa con ironía para criticar ciertos corsés ideológicos.

En cambio, el término semita proviene del nombre del personaje bíblico Sem, hijo de Noé, y es semita cualquier individuo de los pueblos que forman una unidad etnicolingüística en una región del mundo limitada por los montes Tauro y Antitauro, el océano Índico, el mar de Arabia, el altiplano iránico, el mar Rojo y el Mediterráneo. En la actualidad, las lenguas semíticas se agrupan en tres ramas: la occidental, la oriental y la meridional, y las más habladas son, por orden alfabético (según el alfabeto latino): el amhárico, el árabe, el hebreo y el tigriña. Por tanto, atacar a los palestinos es tan antisemita como atacar a los israelíes. Todos son semitas. Hermanos.

Mucho hablamos del respeto a quienes son diferentes, pero en ocasiones parece como si la condición humana se ensañase obstinadamente contra quienes son iguales. - Màrius Serra en la vanguardia.

Sobre el origen del estado de Israel, Fackel me recomendó La historia oculta de la creación del estado de Israel de Alison Weir, de la cual os dejo un fragmento.

"Poco después de la Segunda Guerra Mundial, el secretario de Estado estadounidense Dean Acheson advirtió que la creación de un Estado judío en tierras ya habitadas durante siglos por musulmanes y cristianos "pondría en peligro" tanto los intereses estadounidenses como los occidentales en la región. A pesar de las advertencias como ésta y las objeciones enérgicas de los principales expertos diplomáticos y militares de la época, el presidente Truman apoyó el establecimiento del Israel moderno en territorio palestino. Como demuestra Weir, los políticos estadounidenses fueron bombardeados por un enorme cabildeo pro israelí dirigido desde organizaciones sionistas bien financiadas, hasta una "sociedad secreta" entre cuyos miembros estaba el juez del Tribunal Supremo Louis Brandeis, cuya historia de cómo los sionistas manipularon el Gobierno y los medios de comunicación estadounidenses para promover los intereses de Israel permanece "oculta" al público en general, apenas hay bibliografía, quienes han intentado llevar esta información al gran público han sufrido ataques verbales y amenazas económicas que rápidamente silencian el mensaje ya menudo destruyen al mensajero. Pero el libro de Weir ofrece una respuesta inequívoca: Estados Unidos tuvo un papel fundamental en la creación del Estado judío en las tierras árabes de Palestina, a expensas de sus habitantes y de sus propios intereses”.