Un fantasma recorre Europa... ¡El fantasma del comunismo!, escribieron Marx y Engels en pleno siglo de las revoluciones. Apenas un siglo más tarde, Neruda visionó de nuevo un espectro, primero en la guerra (in)civil de España, en breve con la expansión del nazismo y el fascismo por el continente. Los delirios fanáticos pasaron, pero dejaron millones de muertos en la cuneta de la historia y una Europa devastada, que socialistas, democristianos y liberales reconstruyeron con los ladrillos de la razón, la ciencia y el humanismo. Pienso en Adenauer, De Gasperi, Churchill, Monnet, Schuman y más tarde, claro, Jacques Delors, fallecido recientemente, a quien Voltaire tenga en la gloria.
El tiempo ha pasado y, a pesar de los agoreros que con la caída del muro de Berlín anunciaron un final de la historia plácido, lo cierto es que muchos fantasmas siguen amenazándonos. El mundo de hoy no es mejor que nuestros padres. Atentados en Nueva York, Madrid, París, Barcelona; guerras primero en Irak y Afganistán, ahora en Ucrania y Gaza; pandemias y crisis climáticas, así como la aparición de una enfermedad del alma renovada -la expansión del fanatismo y de la extrema derecha en Francia, Italia, Suecia, Finlandia, España... -, han certificado los límites de la fe en el progreso. Los populismos derechistas se han envalentonado y el centro y la izquierda se han devuelto líquidos.
Para los primeros, sembrar odio xenófobo y nacionalismo cultural se ha convertido en una receta desacomplejada para curar los males. Tampoco la izquierda parece saber cómo seguir defendiendo su ideario buenista. La verdad es lo que consensúa la democracia, lo certificaba sin apenas mover la famosa ceja a un prestigioso expresidente socialista, hace apenas unos días, en Madrid.
En estas circunstancias posmodernas, la responsabilidad de los políticos es mayor que nunca. PP y PSOE en el conjunto de España y PSC, Junts y ERC en Catalunya deben dejar claro que hacer lo correcto importa y que la verdad existe más allá de las convenciones y dificultades de cada época. Para que doscientos alocados se concentren en Ferraz para vapulear a un muñeco de Pedro Sánchez está mal y debe reprobarse sin matices. Como lo fue en su día que cuatro salvajes se enseñaran contra Carles Puigdemont, en la quema de Judas de Coripe, en nombre de no sé qué tradición bárbara.
Porque mentir descaradamente a tu electorado está mal, aunque la necesidad obligue a ello y sea a fin de bien. Cómo lo es insinuar que el presidente es un demente, al final simplemente por soltar una carcajada destemplada y maléfica.
Ante la expansión del populismo y del progresismo sin norte, es necesario izar la bandera de las convicciones. Porque muchos no somos así, y nunca lo seremos. Nunca apoyaremos a un partido político que oponga el sentimiento a la razón, que alimente nuestras pasiones más bajas por encima de las inclinaciones elevadas. Que en las concentraciones callejeras insulte al adversario o que arremeta contra las instituciones democráticas. Ni votaremos nunca a quienes justifiquen mentir tan sólo por razones de oportunidad. Por tanto, el PP debe distanciarse sin matices de los bárbaros, como Pedro Sánchez y especialmente su locuaz ministro de Transportes deben erradicar de los análisis el frontismo.
Porque España no necesita muros nuevos, ni noticiarios en blanco y negro, sino maestros e ingenieros que nos garanticen buena educación, acceso al agua corriente y puentes y caminos renovados, físicos y espirituales. No deja de ser paradójico que la buena gestión de los socialistas en estos últimos años se vea empañada por salidas de tono innecesarias que solo enfangan y hacen sonrojar. Como resulta chocante que Núñez Feijóo se aleje cada día algo más del talante que le permitió mayorías amplias en Galicia.
La experiencia enseña que los partidos templados que abren el camino de la revolución son después arrastrados por otros más ardientes y violentos, escribió Jaume Balmes en 1842. Si no se lo cree, pregunte a los de CiU, que de eso saben un montón. Ante el fantasma populista que recorre Europa, los partidos centristas deben reanudar el camino ilustrado, que al final solo cree en la fuerza de la razón, el progreso de la ciencia y hacer lo necesario, aunque a veces cueste. Santi Vila en lavanguardia,
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