LA BURROCRACIA


Agricultores, ganaderos, pescadores, médicos, profesores, empresarios y todo hijo de vecino comparte un mismo lamento: la carga burocrática. Cada vez más tiempo, más dinero y peor humor destinados a satisfacer la insaciable hambre de la administración y su irrefrenable tendencia a querer ejercer el control absoluto de la vida de las personas. - Josep Martí Blanch en la vanguardia.
Pronto estaremos obligados a dormir, almorzar, comer y cenar con la sombra del funcionariado de turno encima. A rellenar un formulario para ir al baño. Esto último, cierto que todavía no es así. Pero no nos hagamos ilusiones. Démosle tiempo al tiempo. La telaraña del leviatán no deja de crecer en paralelo a una sociedad cada vez más compleja y tecnificada. Y se hace cada vez más espesa. Papeles, papeles, papeles. Sea en su versión física o digital. Da igual. La tecnología, lejos de facilitar las cosas, como ingenuamente creímos que pasaría al principio, ha servido de excusa para incrementar las exigencias burocráticas al permitir el traslado de buena parte del trabajo que comporta a las pantallas y teclados de los administrados que se pretende controlar.
Legislamos sobre todo y en todo momento. Y ocurre que a cada ocurrencia legislativa le acompaña inevitablemente un despliegue administrativista que en su último eslabón se traduce siempre en nuevas obligaciones burocráticas. En paralelo, asistimos, desde hace mucho tiempo con sorna e incredulidad, a las promesas de desburocratización y agilización administrativa. Las escuchamos recurrentemente en boca de nuestros representantes políticos –da igual el color– mientras damos por seguro que tampoco en esta ocasión irán a ninguna parte.
¿Cuántas veces hemos visto ya la presentación de un plan de ventanilla única empresarial para agilizar la puesta en marcha de un negocio? Efectivamente, unas cuantas. Aunque bautizadas con distinto nombre para que resulte creíble que cada vez estamos ante algo nuevo e innovador nunca probado anteriormente. El resultado siempre es el mismo: el más estrepitoso de los fracasos. Cada plan para mejorar la situación termina como el anterior: lejos de disminuir, los trámites y la dificultad de estos siguen incrementándose.
Recurrentes son los estudios que explican los porcentajes de tiempo que la profesión médica dedica no a cuidar y curar a personas, sino al papeleo ya rendir cuentas de su trabajo. Lo mismo con los profesores, particularmente en primaria, asfixiados por tener que dejar trazas burocráticas de todo su desempeño por si algún día el inspector de turno llega con la más peregrina de las exigencias.
Las manifestaciones de esta semana de los agricultores han puesto también el dedo en la llaga. Obligados a pedir permisos y documentar la actividad más rutinaria. Que alguien que está luchando por su pervivencia profesional sitúe la carga burocrática como uno de sus principales problemas debería encender las alarmas de cualquier gobierno. Y puede que ocurra. Y que incluso se les prometa un plan de agilización, facilitación y racionalización administrativa de la actividad agrícola. Da igual. Sabemos por experiencia de su asegurado fracaso. No por mala intención, ni siquiera por incompetencia. Sucede simplemente que quien va a prometer es el político y que este siempre acaba rendido al poder de la burocracia. Nunca es al revés.

No hay un solo rincón que quede sano y salvo de la plaga de obligaciones administrativistas. Y cualquier excusa es válida para justificarlo. El pescado que hasta hace poco la marinería de las embarcaciones se llevaba a casa para consumo familiar debe pasar ahora por los palcos para ser convenientemente pesado, etiquetado e incorporado en las estadísticas de extracciones pesqueras. He aquí un ejemplo de una nueva carga burocrática que hay que tachar no solo de innecesariamente invasiva, sino incluso de moralmente abusiva. Cada sector profesional tiene sus ejemplos.

No existe solución a la vista. Nadie puede escabullirse de la información genética escrita en su ADN. Así que no podemos ser demasiado duros con la burocracia, no hace más que cumplir con su naturaleza: crecer, invadir y dominar. En contrapartida, los demás empequeñecemos, retrocedemos y obedecemos. Nos queda, como último reducto sano y salvo del papeleo, ponernos de mal humor. Será hasta que alguien decida que también debemos certificar nuestro estado de ánimo por triplicado. Y que éste debe ser por decreto sinceramente feliz y animado.

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