No hay un solo rincón que quede sano y salvo de la plaga de obligaciones administrativistas. Y cualquier excusa es válida para justificarlo. El pescado que hasta hace poco la marinería de las embarcaciones se llevaba a casa para consumo familiar debe pasar ahora por los palcos para ser convenientemente pesado, etiquetado e incorporado en las estadísticas de extracciones pesqueras. He aquí un ejemplo de una nueva carga burocrática que hay que tachar no solo de innecesariamente invasiva, sino incluso de moralmente abusiva. Cada sector profesional tiene sus ejemplos.
No existe solución a la vista. Nadie puede escabullirse de la información genética escrita en su ADN. Así que no podemos ser demasiado duros con la burocracia, no hace más que cumplir con su naturaleza: crecer, invadir y dominar. En contrapartida, los demás empequeñecemos, retrocedemos y obedecemos. Nos queda, como último reducto sano y salvo del papeleo, ponernos de mal humor. Será hasta que alguien decida que también debemos certificar nuestro estado de ánimo por triplicado. Y que éste debe ser por decreto sinceramente feliz y animado.
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