En una sociedad en la que la apariencia cuenta más que la esencia, la mentira se ha apoderado de la conversación pública. En 2016 se empezó a emplear con profusión el apelativo posverdad o “mentira emocional”, es decir, la distorsión de la realidad en la que los hechos objetivos pesan menos que la apelación a las emociones. Cuando se siente algo de manera intensa, mullidamente instalado en la propia burbuja ideológica construida por las redes y los medios afines, resulta incómodo dudar de su veracidad. El 11-M inauguró el desprecio por la verdad en la política española. 

“El 11-M ha creado una cultura, no del todo desaparecida, de cierta afición por las versiones alternativas, que empezaron en España antes que en otros sitios”, reflexiona José Antonio Zarzalejos, ex director de Abc, en el documental sobre la gestión informativa de los atentados que ha hecho Jordi Évole. Iñaki Gabilondo añade: “La polarización que hay ahora es hija de aquella tensión. La fractura no se ha curado y sigue ahí”. La mentira política adquiere ropajes diversos, se mezcla en el mismo saco de las medias verdades y los sobreentendidos, como se está haciendo con algunos de los contratos de mascarillas para la covid. Veinte años después, hemos incorporado la posverdad a la práctica política, plenamente normalizada, como algo trivial y cotidiano que ya ni siquiera merece la pena combatir.

No solo las mentiras forman parte de la discusión política diaria. También los insultos o los reproches retóricos de alto voltaje. Un ejemplo práctico de esta semana, lo tenemos en un tuit de la cuenta oficial del PP en la red social X: “Mensaje para los corruptos del PSOE: es la una de la madrugada. Dice Yolanda Díaz que es hora de salir de las marisquerías. Ya pueden dirigirse ordenadamente a sus prostíbulos de confianza. Recuerden saludar al portero, Quién sabe, igual llega a consejero de Renfe”.

Cuando se descalifica en estos términos al adversario se ahonda en la división social y se daña la convivencia. Y en este juego del y tu más acabamos perdiendo todos. Por eso es de agradecer que Juntsxcat i ERC hayan abandonado sus rencillas y odios y se haya puesto de acuerdo para pactar la Amnistía. Con el tiempo, todos recordaremos el legado del letrado Boye: lo de “las palomitas” y el “ahí lo dejo”, dos frases graciosas que a ningún abogado relevante se le ocurriría repetir por vergüenza profesional, pero que a Boye le han funcionado - de momento -