ATRÉVETE A EVOLUCIONAR

La relación entre el humanismo y la tecnología ha sido históricamente tensa desde los primeros días del conocimiento. Curiosamente, los humanistas, obsesionados por defender y encontrar una esencia divina y genuinamente única en lo humano, han tendido a considerar lo tecnológico como algo ajeno y perjudicial para la esencia humana, algo que desvirtúa su verdadera naturaleza. A pesar de contar con innumerables pruebas en sentido contrario, este enfoque miope y anticuado del humanismo ha predominado en el saber durante siglos.

La verdad es que somos una especie que ha alcanzado numerosos logros y, no menos importante, ha asegurado su supervivencia gracias a su capacidad tecnológica. Hemos creado sistemas simbólicos de conocimiento, herramientas para una amplia gama de actividades, sistemas de cómputo en diversas bases numéricas, estructuras sociales y todo lo que nos define como seres humanos. En esencia, nuestra naturaleza es eminentemente tecnológica, dinámica y creativa. Esto, por supuesto, implica enfrentar constantes desafíos, ya que la evolución de nuestros entornos exige la creación de nuevos códigos, estrategias, valores e ideas.

En el contexto actual, además de los desafíos históricos no resueltos, debemos lidiar con una revolución total: el ascenso de la inteligencia artificial y la robótica. Las nuevas herramientas computacionales han transformado radicalmente la forma en que generamos conocimiento. Basta con mencionar pruebas matemáticas computacionales, la secuenciación del genoma humano, el procesamiento de datos del LHC o los logros de DeepMind con AlphaFold2 al predecir el plegamiento de proteínas, entre otras revoluciones. Incluso la inteligencia artificial está contribuyendo a descifrar lenguajes perdidos, identificar la autoría de textos y obras de arte, y estudiar en detalle las obras clásicas de la humanidad.

Hemos llegado a una simbiosis entre humanos y máquinas, y la inteligencia artificial generativa permite un diálogo directo a través del lenguaje natural, un avance comparado con el uso de lenguas vernáculas en el Renacimiento en lugar del latín. Los nuevos humanistas son digitales, ya que este es el camino para avanzar en el conocimiento. Debemos dejar atrás prejuicios como los de Heidegger, quien se oponía a la cibernética y esperaba un dios redentor en el ocaso de la humanidad, o los de Dreyfus, quien se oponía a la inteligencia artificial.

Este nuevo humanismo debe ser global sin olvidar las particularidades culturales. De hecho, deberían ser diversos humanismos con espíritu crítico y cooperativo. Recordemos el resultado del experimento del MIT con millones de usuarios sobre cómo programas un coche autónomo: cada área cultural defiende valores distintos (e incluso opuestos) en relación a las decisiones que deberían ser implementadas. Ante un dilema de choque ineludible, ¿qué deberíamos decidir en relación a esquivar a un perro o a un bebé? ¿O entre dos ancianos o a un niño? Partiendo de usos culturales, códigos morales y concepciones sobre lo humano y lo tecnológico, las humanidades deben depurar sus discursos y plantear modelos teóricos que permitan que se desarrollen tecnologías correctas en su más amplio sentido.

Por lo tanto, es esencial reconocer que enfrentamos numerosos desafíos debido a la revolución tecnológica que vivimos. Apelar a ideas obsoletas no nos permitirá abordar estos problemas. Es fundamental que los desarrolladores de nuevas tecnologías, los entornos académicos o industriales donde se conciben e implementan, los actores sociales y los teóricos de las humanidades colaboren para abordar el futuro que se avecina. Debatir sobre sesgos, autonomía, privacidad, diferencias culturales en el uso de la inteligencia artificial, eficiencia, desafíos morales, alineación de la inteligencia artificial, patentes, identidad digital, impacto económico o justicia predictiva, entre otros problemas apremiantes, es esencial.

A la luz de lo expuesto, es evidente que no debería existir una dicotomía o separación entre lo humanístico y lo tecnológico. Para crear tecnologías y sociedades mejores, estos dos ámbitos deben fusionarse y trabajar en armonía. Tomando como punto de partida el célebre dictum de la Ilustración, Sapere aude (“Atrévete a saber”), propongámonos llevarlo un paso más allá para encajarlo con la revolución tecnológica y digamos sin miedo: Aude mutare (“Atrévete a evolucionar”). -  Jordi Vallverdú - Doctor en Filosofía y profesor de la UAB.

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