Hace tiempo que los villanos como Trump no temen que se les señale por mentirosos, racistas, maleducados, machistas o manipuladores. No lo esconden porque ser genuinos es su mayor activo político. - Gerardo Tecé en contexto.es.

Hay que reconocerlo. No hay nadie como los americanos a la hora de narrar historias. El argumento de la última es espectacular. El envejecido presidente del país más poderoso del mundo se enfrenta en unas importantísimas elecciones a su archienemigo, un tipo sin escrúpulos, enérgico y mentiroso ante el que fracasa de manera estrepitosa en su primer duelo. 
Aún falta tiempo para la gran batalla final, pero la debilidad y el deterioro físico y mental mostrados por el anciano presidente hacen que nadie pueda imaginar un resultado diferente a la victoria del villano. Y no una victoria cualquiera, sino por KO.
No es que al presidente le falten la energía o la brillantez dialéctica necesarias para enfrentarse a este gigantesco reto, es que le cuesta articular reflexiones básicas, es un suplicio para él mantener la concentración en lo que está haciendo. Y lo que está haciendo es jugarse la democracia frente a un poderoso adversario dispuesto a todo en un debate televisado en el que millones de personas han podido ver con tanta claridad como incomodidad un absoluto desastre. Todo el mundo está de acuerdo: ese hombre no debería estar ahí. Aterrorizados por lo que será una abrumadora victoria del villano por falta de contrincante, los compañeros del viejo presidente le piden que se eche a un lado para que otra persona, capacitada y en plena forma, tome el relevo. Si la premisa es espectacular, recuerden que las superproducciones norteamericanas rara vez decepcionan y el desarrollo podría ser aún mejor, ya que el tipo no solo se niega a irse.
Y no solo se niega a irse, sino que 24 horas después de protagonizar la peor actuación política imaginable, fue capaz de articular la mejor reacción posible. Al tiempo que su rival utilizaba vídeos propagandísticos mostrando el desastre sin necesidad de añadir una sola palabra, el anciano deteriorado se subía con dificultad a un escenario y, balbuceando, lograba dibujar unos débiles trazos de algo que podría, quién sabe, tal vez, resultar una idea política novedosa: ¿y si hacemos bandera de la debilidad? “Sé que no soy un hombre joven. No camino con tanta facilidad como solía. No hablo con tanta fluidez. No debato tan bien como solía. Pero sé decir la verdad. Distingo el bien del mal. Puedo hacer este trabajo”. Tenemos la premisa y tenemos los moldes para el desarrollo de una historia que podría dar algún que otro giro inesperado. Recuerden que nadie narra como narra Hollywood. ¿Y si una sociedad adicta al falso éxito que causa tantos estragos como el fentanilo viese en la evidente debilidad algo revolucionario? ¿Y si, frente al villano que representa el odio hacia los más débiles, no hubiera mejor rival que un tipo evidentemente débil? La política y los debates son una gran pasarela de la impostura. Una gran mentira aceptada por todos. Tan aceptada que expertos en lenguaje corporal, vestimenta o diseño de discursos nos cuentan a las claras quién ha conseguido actuar mejor, engañarnos mejor. Y a ese que lo logra lo valoramos como ganador del enfrentamiento. Porque su corbata, sus gestos trabajados frente al espejo y su estrategia para colocarnos sus frases propagandísticas fueron las mejores. Hace tiempo que los villanos descubrieron que había que huir de eso. Hace tiempo que no temen que se les señale como mentirosos, racistas, maleducados, machistas, ricos o manipuladores. No lo esconden porque ser genuinos es su mayor activo político. ¿Y si el derrotado y débil anciano fuese, en realidad, el candidato idóneo para dar ese paso sincero? Aquí estoy, me ha costado subir a este escenario, pero lo he conseguido y vengo a decirles que los débiles somos mayoría. Cualquiera que haya trabajado haciendo guiones sabe que esta alocada tesis está hoy, sin lugar a dudas, sobre la mesa del Partido Demócrata. En el país que ha parido a los mejores guionistas de todos los tiempos saben bien que las tesis más alocadas, a veces, pueden acabar funcionando. Saquen las palomitas.