El presidente del Parlamento de Baleares, Gabriel Le Senne, ha pasado de ver solicitado el cese por integrantes de su propio grupo parlamentario Vox, durante el cisma interno que se dio de octubre a febrero de este año, que lo hagan ahora desde la oposición los socialistas del PSIB, el Gobierno central y sus socios. Por el pleno de derogación de la Ley balear de Memoria Histórica y romper una foto de Aurora Picornell, víctima del franquismo. Él negó que hubiera intencionalidad y justifica lo ocurrido por la "actitud provocadora" de la compañera socialista de la Mesa, Mercedes Garrido. Le Senne no creo que interese demasiado, pero si - creo - puede interesar quién era realmente Aurora Picornell. En este escrito de 2022 Ignacio Martínez de Pisón, analizaba al personaje de Picornell, más allá de la mitificación de la víctima del franquismo.
 

"4.11.22 - A raíz del hallazgo de los restos de Aurora Picornell en una fosa de ManacorIgnacio Martínez de Pisón habla de ella y de su apodo que no parece muy adecuado. Referirse a Aurora Picornell como "la Pasionaria mallorquina" implica restarle un poco de su identidad y le hace poca justicia si vemos cómo sucedieron los hechos y su relativa relación con la Pasionaria.

No creo que resulte familiar a mucha gente el nombre de Aurora Picornell, dirigente comunista mallorquina de los años treinta que hace unos días fue noticia porque se han identificado sus restos en una fosa común en Manacor. Cuando en enero de 1937 fue fusilada, Aurora Picornell tenía veinticuatro años y una hija muy pequeña. Su historia se asemeja demasiado a la de muchas jóvenes de la época, incluidas las cuatro mujeres que murieron: chicas que durante la Segunda República vieron en la militancia izquierdista la vía ideal hacia una sociedad más igualitaria y más justa y que poco después encontrarían frente a la pareda de fusilamiento o corriente hacia el exilio.

El grupo de Aurora era conocido como Les Roges des Molinar por el barrio de Palma donde vivían; en Aurora, la más relevante de las cinco, los medios de comunicación se han referido como “la Pasionaria mallorquina”, lo que tiene toda la pinta de ser una reciente invención hecha para simplificar. En fin, así es como funcionan las cosas: dos pioneras del comunismo, una mucho más conocida que la otra, convertimos ésta en un sucedáneo de aquella y solucionado, ¿por qué darle más vueltas…? Sin embargo, ocurre que acomodar el nombre de alguien como Aurora Picornell a un apodo ajeno, sea cual sea, implica restarle un poco de su identidad, reducirla un poco, empequeñecerla, lo que contradice el loable afán de recuperar sus restos por rendir homenaje a la memoria. Pongamos que la joven Aurora Picornell de 1936 se sintiera halagada que la asociaran con la ya veterana Dolores Ibárruri, que acababa de ser elegida diputada. Parece razonable que así fuera, pero eso no es garantía de que, en la convulsa historia fratricida del comunismo español, esa misma comparación le gustaría algunos años después.

Quien más sabe de Aurora Picornell es el mallorquín David Ginard i Féron, especialista en la historia del movimiento obrero y la resistencia antifranquista en Baleares y autor, entre otras biografías, de las de la propia Picornell y Heriberto Quiñones. Éste, marido de Aurora y padre de su hija (que llamaron Octubrina Roja en honor de la revolución soviética), es uno de esos apasionantes aventureros de vida que tanto gustan a los novelistas sin imaginación. Tras muchas peripecias, este revolucionario profesional nacido en algún rincón de la Rusia zarista fue detenido por la policía franquista cuando intentaba organizar el PCE de la clandestinidad. Las terribles torturas a las que fue sometido acabaron dejándolo paralítico. Condenado a muerte, lo ejecutaron sentado porque no podía mantenerse en pie. Acto seguido se fusiló también a los camaradas que le habían trasladado hasta el lugar de la ejecución ligado a una silla.

Quiñones habría formado parte del panteón de los héroes del comunismo español si no fuera porque quiso pensar por sí mismo y el mismo partido le repudió, tildándolo de traidor, delator, menchevique e incluso agente de los servicios secretos británicos (fumaba cigarrillos ingleses!). Al colmo del delirio, le acusaron incluso de trabajar para la policía franquista. Que el propio franquismo lo hubiera detenido lo explicaban como una forma de proteger a su agente, apartándole de la circulación. Si le torturaron hasta romperle la columna vertebral lo hicieron igualmente para continuar protegiéndolo, al disipar posibles sospechas. Ni siquiera el hecho de que finalmente le fusilaran suavizó las acusaciones de la dirección del partido. “El fascismo no vacila en destruir físicamente a sus propios agentes cuando ya han dado de sí todo lo que podían dar”, dijeron, y el hecho es que Quiñones fue un par para la historiografía del comunismo español hasta que, junto con algunos camaradas más que pasaron por experiencias similares, fue rehabilitado a mediados de los años ochenta.

Dolores Ibárruri era la secretaria general del PCE cuando, en 1942, Quiñones esperaba para ser ejecutado. De su hija, Octubrina, sólo sé que, rebautizada por el franquismo como Francisca, acabó viviendo en un pueblo situado a treinta kilómetros de Manacor. Me pregunto qué le parecería que su madre haya pasado a la historia con el apodo de alguien que, en el mejor de los casos, no movió un dedo para salvar de la infamia a su padre.