EL ODIO Y LOS INMIGRANTES

El amor es sabio, el odio es idiota, decía de manera implacable y convencida el gran sabio y filósofo inglés Bertrand Russell. Pero estamos en plena era neoliberal, que ha conseguido el auge y la normalización de la hostilidad, de la corrupción, de la intolerancia y del fascismo, es decir, del odio y la maldad, en nuestras vidas. Afortunadamente en Francia, con las izquierdas y fuerzas progresistas unidas en un mismo frente, le acaban de saber frenar. En otros países de Europa y del mundo está gobernando y poniendo en jaque a las democracias, cercenando los derechos humanos,  libertades colectivas e individuales, y  logros conseguidos tras la sangre y la lucha de miles de personas que nos preceden.

El odio nos lleva a la involución, a la oscuridad, al desastre. El amor es lo que nos conecta con los otros, con el conocimiento, con la tolerancia y con la alegría; con el avance y con el progreso. Y con la vida.  Nos tiene que doler lo que le pasa al otro, reza un eslogan que he visto últimamente en defensa de la empatía. Nos tiene que doler la humanidad para mejorar esto; de lo contrario caminamos hacia el desastre.. Y nos tiene que doler el otro porque, de alguna manera, el otro también es uno mismo.

Estas oleadas de africanos que llegan a Europa no son otra cosa que las consecuencias patéticas de los siglos de correrías coloniales en el que es, en realidad, el continente más rico del planeta. Yo les diría a los intolerantes que recordemos todas las barbaries cometidas contra los africanos para robarles sus riquezas: las masacres de Kenya, las barbaries en Rodesia, los expolios franceses en Dakar y Costa de Marfil, las atrocidades de los belgas en el Congo, las cacerías de esclavos en Mozambique, el robo de los diamantes de Sierra Leona, con miles de niños muertos, víctimas de la codicia de los europeos; y tantos y tantos episodios de horror que les hemos hecho sufrir saqueando sus riquezas, que son muchas.

Es responsabilidad de Europa, tras siglos de explotación, de abuso, de expoliación, solucionar el problema, que no pasa por dejar las pateras perdidas en el mar sin dejarles entrar, como algunos quisieran. Se trata de solidaridad, de buscar soluciones que pasen por regular, controlar, organizar, y por supuesto, por dejar de abusarles, y por ayudarles a que vivan en situaciones dignas que no les lleven a tener que escapar de sus países. Y respetarles, y dejar de imponerles nuestros esquemas para que recuperen los suyos (quizás el peor expolio cometido contra ellos es haberles impuesto nuestras culturas, nuestros esquemas, nuestras mezquinas creencias). Nada más horrible que obligar al otro a que deje de ser quien es para convertirle en quien queramos que sea. ¿Quiénes somos nosotros para decirles que no vengan? Son humanos, son igual a nosotros. Sentimos el mismo dolor, la misma alegría, los mismos miedos. Tenemos el mismo ADN. Coral Bravo. en el plural.com (fragmento)

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