LA MUERTE NO JUEGA AL AJEDREZ


La muerte no es un evento de la vida. No se vive la muerte. Si por eternidad se entiende no una duración temporal infinita, sino intemporalidad, entonces vive eternamente quien vive en el presente. Nuestra vida es tan infinita como limitado es nuestro campo visual -
Wittgenstein.

Tiene su lógica, vivimos en un presente permanente, pues el pasado ya ha pasado y el futuro está por venir, pero el pasado era presente y el futuro lo será. El comienzo de este escrito, esta misma palabra, es ya pasado, ahora mismo, al terminar de escribirla, pero será presente cuando alguien lo lea, y es futuro a punto de ser publicado. Esta es la eternidad que perseguimos los escritores, la palabra escrita negro sobre blanco indiferente al paso del tiempo. Ya lo decía Vinyoli: La muerte es puramente un cambio más.
Lo que sucede es que cuando muere alguien como en el caso de un avión estrellado, nos afecta por la magnitud del accidente, pero de hecho la gente que iba en ese avión anteayer no existía para nosotros, no formaban parte de nuestro paisaje, precisamente les hemos hecho existir cuando ya no estaban, los hemos puesto incluso rostro, el rostro del dolor, del pánico cuando habían dejado de existir, y es que tenemos una relación excesivamente compleja con la muerte, incapaces de verla y aceptarla como lo que es, un hecho cotidiano e irreversible que no podemos esquivar, algo que sucede cada día, y lo único que se me ocurre es que como nos hemos de morir todos, lo que nos hace más daño es cuando hay una alteración del orden natural de la vida, y mueren bebés, niños, o gente joven, pero es lo que hay, porque la vida es eso, un estado injusto de pervivencia. La muerte no juega al ajedrez con sus víctimas, como en el Séptimo sello de Bergmann, seria demasiado honesto por su parte, y la muerte es por principios muy deshonesta, siempre inoportuna y cruel.
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