GUERREROS SIN HONOR

 

¿Es absurdo creer que en Oriente Próximo todo el mundo es idiota, perverso o suicida? Supongo que, por mucho que las noticias solo nos muestren a clérigos enloquecidos y a carniceros soberbios, el porcentaje de gentes sensatas debe de ser allí el mismo que en el resto del planeta: existente aunque escaso. Seguro que hay, al menos, los diez justos que exigía Jehová para no destruir Sodoma y Gomorra. Otra cosa es que su voz no pueda oírse en tiempos en los que el discurso no está del lado del hombre razonable, sino de los fanáticos, guerreros sin honor armados de un fusil o un escaño, tanto da.

Eso es desolador. Sobre todo porque el conflicto entre Israel y el eje Irán-Hizbulah-Hamas-Yihad Islámica requiere ingentes dosis de realismo y sensatez, algo que no está en manos de los ayatolás ni de la alianza de Netanyahu con los ultranacionalistas religiosos de su Gobierno. Esa embriaguez nacionalista y religiosa, por el contrario, ha convertido este conflicto en la auténtica tragedia de nuestros días, el equivalente a lo que Vietnam representó en el imaginario colectivo de los años sesenta y setenta del siglo XX.

Ante ella todo se relativiza, porque la violencia de la guerra de Ucrania cabe en una jornada de sangre y fuego en Gaza, en Israel o en el sur del Líbano. Y los otros muertos del mundo no forman parte del apocalipsis en que acabó la simbiosis entre la herencia judía y la civilización europea. Tal vez por eso la grave situación de los palestinos, como el Holocausto, afecta al centro neurálgico de la conciencia occidental.

Nadie en Occidente puede ser ajeno al destino del pueblo palestino, cuya tragedia es consecuencia de aquella aleación tóxica entre antisemitismo e idealismo que condujo a la Shoah y a la creación de Israel. Por eso conviene no olvidar que la repugnante tarea de impedir la creación de un Estado palestino tiene muchos padres, aparte de los fanáticos sionistas que ahora imponen su agenda. Desde los propios palestinos que entregaron su futuro a países y milicias cuyo único objetivo es la aniquilación de Israel, hasta la nefanda alianza de los estados árabes, la hipocresía de la UE asociada a la sorprendente amnesia sobre su pasado colonial y la torpe estrategia de los mediadores estadounidenses desde, al menos, Camp David.

El desastre palestino solivianta por otra razón, la de ensuciar la memoria trágica del pueblo judío. Israel se creó a causa de Occidente por gente cuya vida pendía de un hilo y no tenía razones para confiar en la buena fe de nadie: espectros fantasmales surgidos de lugares como Baby Yar, un barranco a las afueras de Kyiv que impone siniestras asociaciones con los asesinatos de Hamas del 7 de octubre en una variante árabe de la Grosse Aktion.

Ese fue el lugar elegido en 1941, cuando, según su propio recuento obsesivo, los alemanes fusilaron a 33.771 judíos de todas las edades. No ha pasado demasiado tiempo. El justo para que Israel sea llamado “Estado terrorista” en los campus de Europa y América y para que estudiantes enmascarados pidan “Más gas” mientras enarbolan banderas palestinas. Aún hoy oigo a analistas españoles pontificando que la mejor solución sería que Irán dispusiera de un arsenal nuclear.

Es una infamia. Por eso, aunque el exceso de memoria acabe convirtiéndose en una cárcel de odio y rencor, los diez justos de Oriente Próximo deben hacer oír su voz por encima de las de los guerreros sin honor, aunque parezca que ya sea demasiado tarde para la esperanza. Gente que como Albert Camus sea capaz de decir que “si existiera el partido de los que no están seguros de tener razón, yo pertenecería a él”.

El escritor israelí y activista por la paz con los palestinos Amos Oz lo resumía en una entrevista en estos términos terribles: “Las tragedias se resuelven de dos maneras posibles, a la manera de Shakespeare o a la manera de Antón Chéjov. En una tragedia de Shakespeare, al terminar, el escenario está sembrado de cadáveres. En una tragedia de Chéjov, todos son infelices, están amargados, desilusionados y melancólicos, pero siguen vivos. Prefiero una conclusión chejoviana y no shakespeariana”.

Lamentablemente, estamos en ese punto en el que la tristeza y el desencanto constituyen una alternativa infinitamente mejor que el delirio criminal que alimenta la estrategia política de esa zona infortunada. Javier Melero.

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