LA FE I EL ATEISMO

Yo soy ateo, gracias a Dios. Adolfo Marsillach.

Al principio la Fe movía montañas solo cuando era absolutamente necesario, por lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios. Pero cuando la Fe empezó a propagarse ya la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, estas no hacían, sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar donde uno las había dejado la noche anterior; algo que sin duda creaba más dificultades que las que resolvía. La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su lugar. Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el que mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de fe.

Este cuento corto de Monterroso, de sobras conocido, me sirve para hablar de la falta de fe, del ateísmo, visto desde el prisma de varios pensadores.

El ateísmo antiguo, y especialmente el de los atomistas, que es su referente más serio, criticaba la religión por el temor que era capaz de provocar entre los creyentes. El ateísmo moderno la crítica por dos razones opuestas: o porque no admite competidores en la oferta de consuelo (Marx y la religión como el opio del pueblo) o porque no admite competidores en su oferta de angustia (Heidegger y existencialismo). Para Robespierre, aquel hombre ebrio de virtud republicana, el ateísmo era un vicio exclusivo de señoritos ociosos y de sus falderos filósofos, pensadores de salón. «El ateísmo es aristocrático», llega a escribir en noviembre de 1793. Por el contrario, la idea de un ser supremo (en Robespierre siempre resuena la voz de Rousseau) que vela por la inocencia del oprimido y castiga al crimen aparentemente triunfante, es completamente popular (eso es lo que escandalizará a Marx). Sentía una gran animadversión contra los filósofos que confundían la causa religiosa con la de los déspotas y veían conspiradores contra el Estado en todo aquel que iba a misa. Son enemigos del pueblo, concluye Robespierre, que pretenden forzarle a ver en la Revolución el triunfo del ateísmo, y no el de la virtud, cuando el ateísmo es un crimen político. El ateísmo es la antítesis de la virtud, y, por tanto, es antirrepublicano". Por eso envió a la guillotina Anacarsis Cloots, aquel «enemigo personal de Jesucristo» (son sus propias palabras). Predicar el ateísmo, añade Robespierre, «no es más que una manera de absolver la superstición y de acusar a la filosofía; y la guerra declarada a la divinidad no es más que una diversión a favor de la realeza». En conclusión: Sujetamos la moral a bases eternas y sagradas; inspiramos en el hombre ese respeto religioso por el hombre, ese sentimiento profundo de sus deberes, que es la única garantía de la felicidad social.

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