EL FACTOR HUMANO

Días atrás, al redactar un papel, cristalizó en mí una idea que venía insinuándoseme desde hace ya tiempo: que es cierto que el mundo tiene hoy una serie de problemas graves, sociales, políticos, económicos y de gobernanza, que se han visto sucesivamente agravados por la incidencia sobrevenida de tres grandes crisis –la crisis financiera del 2008, la pandemia y las dos guerras en curso (la de Ucrania y la de Oriente Medio)–, así como por una globalización ejecutada sin solidaridad, pero que, pese a ello, también es verdad que los hombres y mujeres de hoy contamos con infinitos más recursos de todo tipo que nunca tuvieron antes nuestros antepasados para afrontar la situación con fortaleza, analizarla con inteligencia, tratarla con coraje y resolverla sin mayor quebranto.

Y, si esto es así, ¿por qué sucumbimos hoy al desaliento y a la desesperanza, nos abandonamos al derrotismo y nos encerramos en un lamento estéril? La respuesta es clara: porque muchos de nosotros, los hombres y mujeres de este tiempo, es decir, el “factor humano”, fallamos clamorosamente. La causa de este fracaso es un individualismo arraigado, atento solo a los derechos y poco pendiente de los deberes, que desemboca en el nihilismo. Y de resultas de esta involución egoísta, se desvanecen los sentidos de pertenencia y de solidaridad a toda comunidad, así como el reconocimiento de la primacía del interés general.

En esta situación, resulta evidente, a mi juicio, que el mundo solo puede aspirar a un progreso real y sostenido si se tiene en cuenta que:

1) Solo habrá auténtico progreso si progresamos todos, por lo que debemos recordar –ciñéndonos a España– que los excelentes indicadores macroeconómicos se dan en una situación social definida por un aumento de la pobreza, una pérdida de poder adquisitivo, un paro juvenil insoportable y unas dificultades graves para acceder a una vivienda digna.

2) Solo progresaremos todos si existe un fuerte sentido comunitario, un arraigado sentido de pertenencia y de solidaridad a una comunidad, así como una escala de valores compartida en lo esencial por todos sus miembros. Siendo conscientes de que cualquier regulación de la conducta de los actores sociales, por detallista que sea, jamás podrá suplir el autocontrol basado en principios éticos. La inflación regulatoria actual, que en algunos ámbitos llega al paroxismo, es en sí misma un problema.

Humanismo, urnas y leyes: respeto al adversario, a las reglas y primacía del bien común

3) Hay que rechazar cualquier modelo de constructivismo social, sea cual fuere la ideología que lo impulse, a babor o a estribor, optando con convicción y sin reservas por la fuerza creadora de la libertad.

4) Y hay que practicar la virtud de la moderación, entendiendo por tal –dice Claudio Magris– aquella predisposición del ánimo que nos hace adaptar nuestras ideas a la realidad en lugar de forzar la realidad para acomodarla a nuestras ideas. Lo que exige: a) realismo para observar las cosas, los hechos y las gentes sin ideas preconcebidas; y b) ausencia de dogmas como sinónimo de una laicidad que va más allá del hecho religioso, en el bien entendido de que no solo el clericalismo intolerante de matriz religiosa es contrario a la laicidad, sino también la cultura o pseudocultura radicaloide y secularizada dominante. Laicidad –concluye Magris– significa: “Duda respecto a las propias certezas, autoironía, desmitificación de todos los ídolos, incluidos los propios; capacidad de creer con fuerza en algunos valores, a sabiendas de que existen otros igualmente respetables”.

En síntesis: humanismo, urnas y leyes. Es decir, respeto al adversario, respeto a las reglas y primacía del bien común. Sin una actitud que asuma como operativas estas ideas­ no habrá progreso que valga, pues inciden en la conducta de todos y, en especial, de los políticos. Y es ahí, en el factor humano, donde radica el déficit fundamental de nuestra vida pública. El fallo reside en un factor humano que navega mayoritariamente sin norte, ora a babor, ora a estribor. Con soberbia y olvido del interés general. Quiero creer que no sabe lo que hace: un mal irreparable.


El factor humano - Juan-José López Burniol

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2 Comentarios

  1. El tema es sumamente interesante. Nunca como ahora, al menos en las sociedades denominadas democráticas, el individuo pudo obtener tanto respaldo, con todas sus diferencias, y sentirse a sí mismo valorado. Pero ciertamente el mercado exagerado, los límites en los avances de una política muy ética y las relaciones troceadas que mantenemos convierten la libertad individual en individualismo contra otros. Además ya se encargan muchos políticos de las derechas salvajes de promocionarlo. Es para ahondar y voy a volver a leer el artículo. Gracias.

    Por cierto te recomiendo el artículo de los sábados de ayer de Muñoz Molina en El País.

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  2. Lo que más me gusta del artículo de López Burniol, es que aporta ideas, soluciones, en vez de limitarse a criticar como se suele hacer a menudo. Humanismo es la palabra clave, pero hay que aplicarla y aplicárnosla.
    No estoy suscrito a el país, veré a ver si lo puedo leer.

    Saludos.

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