COMPRENDER AL OTRO


Hace un mes, un padre denunciaba en una carta a La Vanguardia el acoso escolar sufrido por su hija. Probablemente molesta, la dirección del centro se defendía –con prurito, pero sin empatía–, alegando que había activado el protocolo. Las familias de la clase de la alumna tampoco mostraron solidaridad, ya que expulsaron del grupo de WhatsApp a los agraviados. Resulta perturbador que las personas adultas no sean capaces de ponerse en la piel de la criatura acosada porque, entonces, tampoco lo serán de revertir los comportamientos erróneos de sus pupilos.

Y es que el acoso escolar se puede prevenir mediante una educación adecuada. El acoso escolar no tiene que ver con la maldad intrínseca de algunos críos, sino con modelos organizadores archivados en nuestra mente que condicionan nuestra forma de entender y juzgar la realidad. Nuestro cerebro almacena lo que aprendemos respecto a las situaciones para, después, echar mano de esas fichas que permiten respuestas automáticas. Muchos de estos modelos fueron almacenados en la mente por generaciones de hace miles y miles de años y siguen instalados en nuestro cerebro. Por ejemplo, los patrones para rascarse. O el miedo al otro. El miedo al distinto a nosotros nace, probablemente, en el paleolítico, cuando la supervivencia de nuestra especie era dudosa y la lucha por los escasos recursos, encarnizada. Entonces la lealtad al propio grupo y la desconfianza hacia aquel que era distinto eran esenciales. Y ese patrón automático se ha conservado a lo largo de los siglos instalado en nuestras mentes en forma de prejuicios hacia quien consideramos que no forma parte de nuestro grupo.

Sin embargo, puesto que la identidad no es una, sino múltiple, ocurre que cualquiera puede merecer la consideración de no pertenencia al grupo. Porque viene de otra cultura, porque tiene un color de piel distinto, porque lleva gafas, porque carece de recursos económicos, porque parece tener un trastorno mental, porque no responde a los estereotipos de género que se consideran pertinentes para su sexo, porque está gordo, es calvo, cojo…, porque es patoso, poco hablador, tímido. Y, aunque parezca difícil de entender, esto no es nuevo, el acoso escolar como las novatadas han existido siempre, solo que antes no se denunciaban y ahora sí, incluso se magnifican. Lo mismo se podría decir del racismo, tampoco es nuevo, el racismo ha existido siempre, o mejor dicho, existe desde que el hombre empezó a ser nómada y a desplazarse. 

Decía Jabès que no es la pregunta, sino la respuesta la que incendia el edificio, y así es. Cuando se pregunta a la gente si es racista, la gran mayoría contesta que no lo es, sabiendo que mienten, o posiblemente no son conscientes de que lo son, pero lo dicen, y - reconozcámoslo - todos somos racistas. Todo lo que nos es desconocido produce en nosotros una sensación de desconcierto y miedo, y es por eso que somos racistas, se trata tan solo de procurar no ejercer y tratar de entender al otro. El otro, (no hay que olvidarlo) somos nosotros para el desconocido, y lo que unos y otros necesitamos es empatía. Recordar solo otra frase de Jabès: Nunca digas que has llegado, porque, en cualquier lugar, no eres más que un viajero en tránsito. 

Compartir:  

Comentarios