No es casualidad que el mismo año en que Donald Trump fue elegido presidente en las urnas (2016) el Diccionario de Oxford escogiera como palabra del año posverdad, definida como “un contexto circunstancial en el que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que las referencias a emociones y a creencias personales”. A ello también contribuyó Nigel Farage con su campaña a favor del Brexit en el Reino Unido ese mismo año. Su estrategia fue una colección de mentiras y datos falsos, que reconoció como tales cuando consiguió su objetivo de sacar al país de la UE.
Al final del mandato de Trump, The Washington Post contabilizó las mentiras (o posverdades) que este divulgó durante cuatro años en la Casa Blanca: 30.000. Lo que da un promedio de veinte falsedades al día, para lo que, sin duda, se necesita una alta dosis de ingenio, imaginación e irresponsabilidad. Como los récords están para batirlos, habrá que ver si se supera en el segundo mandato, sabiendo que el republicano nunca defrauda en sus fabulaciones.
George Orwell, autor británico de novelas distópicas que luchó en las filas republicanas durante la guerra civil española, fue de los primeros en alertar de que el concepto de verdad objetiva estaba desapareciendo, hasta el punto de que escribió que “las mentiras iban a pasar a la historia”. Teodoro León Gross, en La muerte del periodismo, recuerda que esta subordinación de los hechos a los intereses políticos o partidistas es lo que llevó a Kellyanne Conway, jefa de prensa de Trump, a justificar al presidente por usar “hechos alternativos”. Parafraseando a Groucho Marx, podría haber dicho: “Estos son sus hechos, si no le gustan, tiene otros”.
La verdad está empezando a interesar poco a los dirigentes políticos, pero aún menos a la opinión pública, que prefiere informarse por influencers sin escrúpulos o por impostores amorales. La única esperanza es que Trump active lo mejor del oficio de periodista, es decir, la prensa de calidad y el periodismo de investigación. The New York Times supo rentabilizar el anterior mandato del hombre naranja. Este es el reto de la profesión. Y en lo que confían los lectores que no quieren que les engañen. la vanguardia.com
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