Se llama cisne negro a un acontecimiento sorpresivo que altera el orden de las cosas; un suceso inusitado, de gran repercusión social, por tanto, política, que tiende a ser racionalizado de manera retrospectiva como algo que podía haber ocurrido. El ensayista y financiero libanés Nassim Taleb, autor de una trilogía sobre la incertidumbre, ha sido uno de los grandes divulgadores de esa metáfora. Lo que ha ocurrido en Valencia es un cisne negro.
Los meteorólogos avisaron a tiempo, y el Gobierno valenciano subestimó ese aviso, por razones que aún no están claras. Hay numerosas alertas rojas a lo largo del año en el golfo de Valencia y se aproximaba un apetitoso fin de semana de tres días. Un buen puente. El presidente valenciano, Carlos Mazón, deberá explicar qué le indujo a afirmar el pasado martes que el riesgo remitiría hacia las seis de la tarde, y también deberá explicar por qué borró el vídeo que su servicios de prensa había colgado en las redes sociales con esa declaración.
Contexto, contexto, contexto. Solo el contexto nos puede ayudar a entender algunos acontecimientos de estos días. Las previsiones de tormenta podían estropear un largo fin de semana de alto interés para la hostelería. No son infrecuentes los topetazos entre la industria turística y los servicios de meteorología. En Catalunya hay constancia de ello. Las malas previsiones asustan. La gente planifica sus salidas, y una alarma de gota fría puede ser disuasiva ante un largo fin de semana. Por ello sería muy interesante saber en qué previsión se basó el presidente de la Generalitat Valenciana cuando anunció a las 13.30 h del martes 29 de octubre que “el temporal se desplaza hacia la serranía de Cuenca en estos momentos, por lo que se espera que en torno a las 18 h disminuya su intensidad en toda la Comunidad Valenciana”. A partir de esa previsión no hubo mensajes de alarma en los teléfonos móviles de la población hasta las 20.12 h. El vídeo de Mazón fue borrado en las redes a medianoche, cuando ya había muertos.
Mensajes de alarma. Ese es otro tema que merece contexto. Hay que recordar la que se montó en la capital de España en septiembre del año pasado, cuando el Gobierno de la Comunidad de Madrid estrenó el servicio de alarmas telefónicas con una alerta de DANA que aconsejaba a los ciudadanos no salir de casa. 3 de septiembre del 2023. A eso de las dos de la tarde, la alerta llegó a los móviles que en aquel momento se hallaban en la Comunidad. Llovió, pero no hubo aluvión. Y estalló la insurgencia. Diversos exponentes del liberalismo cañí arremetieron contra la “intromisión del Estado” en la intimidad de los ciudadanos. Releer estos días los tuits que escribieron fogosos periodistas y jóvenes filósofos causa rubor. Esos mensajes también nos ayudan a entender lo que ha pasado en Valencia, puesto que las “batallas culturales” siempre dejan poso. El Partido de la Libertad se indignó, e Isabel Díaz Ayuso, fundadora del citado partido durante la covid, salió en defensa de los mensajes de alerta telefónica. La presidenta de la Comunidad de Madrid mantiene estos días un prudente silencio. El presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla, también terció en la polémica. “Cuando un organismo público alerta de 'peligro extremo' debe estar muy seguro, porque eso tiene consecuencias sociales y económicas”, dijo. El presidente andaluz también mantiene estos días un prudente silencio.
“Un cisne negro, negrísimo”, le comentaba ayer Sergio Lorenzi a Enric Juliana de La Vanguardia que sigue con gran lucidez la actualidad española e internacional. En la tragedia de estos días, en la manera como la crisis se está gestionando desde València y desde Madrid, son visibles las plumas negras del 11 de marzo del 2004. Lo hemos escrito más de una vez: el 2004 vive en el 2024. La furia que está destrozando la vida política española viene de marzo del 2004. La tragedia sorpresiva como decantador del empate político y sociológico.
Pedro Sánchez, Carlos Mazón y Alberto Núñez Feijóo han empezado a jugar al ajedrez. Y esa partida puede acabar mal para todos ellos. Por el momento, Sánchez no quiere intervenir la autonomía valenciana con una declaración de estado de alarma. Tiene sus razones. La derecha luchó a brazo partido contra los estados de alarma de la covid. Hay una sentencia adversa del anterior Tribunal Constitucional. Si lo hubiese proclamado anteayer, ahora le estarían tildando de “dictador”. Puesto que no ha optado por esa vía, la derecha le acusa de pasividad. Sánchez ofrece la ayuda que la Generalitat Valenciana le pida, y anoche Mazón le solicitó la presencia de siete ministros en siete grupos de trabajo dirigidos por él, petición inmediatamente aceptada por el Ejecutivo central. España está alumbrando un extraño federalismo a bofetadas.
En realidad se están jugando tres partidas simultáneas: Sánchez-Feijóo, Sánchez-Mazón y Mazón-Feijóo. Díaz Ayuso y su guionista jefe observan. La mayoría de los presidentes autonómicos del PP callan. Y la extrema derecha intenta sacar tajada de la grave desafección que se percibe en todas las esquinas. Los bulos circulan a mil por hora en las redes. Hay maquinaria trabajando en ello. Posiblemente, maquinaria extranjera contribuye la confusión. El cisne negro ha regresado.
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