Muchos de nosotros creímos que el mundo que hemos construido en Europa las últimas décadas era tan superior a cualquier otro hasta hoy conocido que no hacía falta explicarlo, defenderlo. Bastaba con que todos nos siguieran. Edificamos una verdad, y no se nos ocurrió que nadie pudiera estar en desacuerdo. A las religiones, o al comunismo (una religión laica), les ocurre algo parecido. La verdad nos llena de una superioridad moral que impide estar atento a las inevitables transformaciones del mundo, como si no nos afectaran. Nos inmoviliza.
Como en el adagio de Ibn Jaldún, es muy probable que los buenos tiempos nos hayan vuelto débiles. O blandengues, en las palabras de otro genio de la sociología como El Fary. O directamente hijoputas , como explicó Juan y Medio a Évole a propósito de nuestro trato a los mayores. Con el mundo patas arriba, los que seguimos creyendo como Eduard Sola en esa utopía pragmática que llamamos progreso tenemos trabajo.
Hemos perdido, estamos perdiendo, y parece que aún vamos a perder más. Toca volver a explicar y volver a defender lo que dimos por obvio. Tenemos que repensar, reimaginar, pulir defectos, adaptar nuestras ideas otra vez a un mundo que tiene la mala costumbre de no quedarse quieto.
En la publicidad, internet ha transparentado la complejidad del mundo. Nos ha devuelto al caos y la fragmentación que constituyen la realidad, y que con mucho esfuerzo habíamos conseguido disimular gracias a mecanismos de comunicación de masas de una eficacia demoledora, que hoy no existen. La tele ya no es la tele, la prensa ya no es la prensa (ni la verdad), y Hollywood está en llamas.
Creo que eso que pasa en lo nuestro es extrapolable. Seguros de tener la razón, no nos importó que otros contaran sus extrañas razones en otros lugares, y nos dedicamos a despreciarles públicamente desde nuestros púlpitos apolillados. Pobrecillos, mira lo que dicen, y desde dónde lo dicen. Pero ellos, los otros, tenían ganas, tenían fuerza, tenían ideas y aprovecharon los atajos del mundo nuevo.
Mientras, los buenos seguíamos cómodamente ensimismados y acabamos transformando la política, la misma que construyó el mundo estupendo en el que aún vivimos, en un espectáculo banal de entretenimiento. Creamos buenos y malos caricaturescos, porque todos son ya más o menos iguales. Y nos inventamos peleas pequeñas, que exageramos para simular el enfrentamiento, que han acabado por molestar a muchos.
Podemos seguir llorando nuestra decadencia, el lugar en que viven las religiones y el comunismo, asombrados de que esté pasando lo que está pasando, quejándonos, reclamando un supuesto derecho sobre el mundo, como reclamamos los pericos a partir de una historia que ya no existe. O podemos felicitar al contrario y preparar la revancha, que siempre se presenta. Volver a pensar, trabajar, explicar, convencer. Demostrar que es verdad que de la derrota se aprende. Vienen buenos tiempos. Toni Segarra.
2 Comentarios
Lo que ocurre es que ya olemos la mierda, porque antes la habían escondido o habíamos apartado el olfato.
ResponderEliminarBueno, con la Covid19 hubo quien perdió el olfato y otros la vida.
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