Es en este viciado ambiente vaporizado de supuesta modernidad que el beso de Luis Rubiales y la larga mano de Mapi Hermoso en los genitales de Daniela Caracas se convierten en oportunidades para la práctica ancestral del ritual de sacrificio. Todo ello para purificar y perdonar nuestros pecados. Los cometidos y los que no. Saben, por supuesto que lo saben, obispos y capellanes de la secta puritana que en ninguno de los dos casos hay para tanto. Pero su Dios es exigente y no entiende de medias tintas. Por eso no transigen si no es con degollaciones periódicas en vivo y en directo que intimiden al populacho. Que la sangre lo empuje a persistir en busca de la excelsitud. ¡Cielos, le ha tocado las partes para provocarla en medio de un forcejeo! ¡Oh, demonios, le ha dado un beso! ¡Fusílenlos y que cunda el ejemplo a través del pánico! Expiemos a través del martirio de esos dos grandes pecadores.
El beso de Rubiales y la larga mano de Mapi León son oportunidades para practicar la purificación
La justicia sin mesura deja de serlo. Son conscientes de ello quienes quisieran ver a Mapi Hermoso sentada ante un juez enfrentando una pena de cárcel con el único objetivo de darle a probar el brebaje que se ha hecho tragar a Luis Rubiales. Y lo son también quienes previamente han dado a Rubiales el mismo trato que daríamos a un depredador.
Por supuesto que ambos son merecedores de correctivo por sus acciones, claro. Pero no es eso lo que se pretende. El castigo a Rubiales por el piquito –¡tantas cosas de mayor enjundia merecían su dimisión y enjuiciamiento!– debía ser hiperbólicamente ejemplarizante y por ello ridículo y exagerado en su concreción ante el juez. Quienes buscan ahora ajusticiar a Mapi León caen en lo absurdamente grotesco únicamente por sed de venganza.
¿En qué momento perdimos el sentido común? ¿Cuándo dejamos de entender que una jugadora puede equivocarse y que para corregirla no es necesario organizar un Nuremberg? ¿Cuándo nos chalamos y pasamos a dar por hecho que un beso eufóricamente ridículo ante millones y millones de telespectadores era una agresión sexual merecedora de una pena de cárcel? Son preguntas que interpelan al pasado y que no tienen a estas alturas sentido práctico alguno. Sí lo tiene plantear una cuestión referida al futuro: ¿Para cuándo está previsto que volvamos a comportarnos como adultos y abrazarnos al sentido de la realidad y la mesura? No es por nada, pero el fútbol –y no sólo el fútbol– lo necesita. - Josep Martí Blanch.
Comentarios
Publicar un comentario