El populismo es un movimiento social con permanente vocación política que se fundamenta en la existencia cierta de una injusticia grave y evidente, que se nutre de clases medias y populares ofendidas e indignadas por la desigualdad; que se expresa en forma de denuncia simplificadora; que propugna soluciones drásticas; que provoca una ruptura radical, a veces bajo la apariencia de una reforma; y que degenera siempre en una dictadura real aunque ésta guarde aparentemente las formas de la democracia.
Nada nuevo bajo el sol. Corría el año 137 a. cuando Tiberio Graco, miembro de una de las grandes familias de Roma y héroe de guerra en el sitio de Cartago, viendo la precaria situación de los campesinos, se comprometió con la reforma y dijo que a muchos hombres que combatieron por Roma “los llaman dueños del universo pero no tienen ni un trozo de tierra propia”. Elegido tribuno de la plebe en 133, presentó una ley a la Asamblea Plebea para reinstalar a los pequeños agricultores en parcelas de “tierra pública”. Quiso ser reelegido, pero una cuadrilla de senadores puso fin a su vida a golpes. La misma suerte corrió, años después, su hermano Gayo Sempronio Graco, después de haber seguido una trayectoria similar. A partir de ese momento, la historia romana se despeña durante un siglo por una sucesión de complots, guerras, asesinatos masivos, represión y dictaduras (personales o en forma de triunvirato). El conflicto subyacente era la protesta populista de los plebeyos contra la oligarquía de las familias patricias atrincheradas en el Senado. Hasta que Julio César –el más distinguido de los patricios– se puso al frente del partido populista y, tras el ensayo del primer triunvirato (César, Pompeu y Craso, es decir, dos generales y un plutócrata, ya que Craso era el hombre más rico de Roma), logró el poder absoluto una vez derrotado Pompeu.
Nunca se supo qué forma jurídica pensaba dar a César a su poder absoluto, cuando la facción tradicionalista y más obtusa de la oligarquía senatorial le asesinó. Pero, también esta vez, la suerte estaba jugada, y un sobrino de César –Octavio– culminó la labor de aquél consolidando su poder absoluto como imperator, bajo la subsistencia estrictamente formal de las antiguas instituciones republicanas. Roma siguió en manos de la vieja oligarquía –eso sí, renovada y ampliada– pagando el precio de su sumisión al poder absoluto y caprichoso de un dictador: el emperador. Por eso Ronald Syme escribió estas tremendas palabras, en su clásica obra La República Romana: “En todas las edades, cualquiera que sea la forma y el nombre del gobierno, sea monarquía, república o democracia, detrás de la fachada se oculta una oligarquía, y la historia de Roma, republicana o imperial, es la historia de la clase dominante". Con información de la vanguardia y copilot.
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