EL BORRICO GAZATÍ


Un borrico menguante y frágil, con unas patas casi como de alambre, cargando con una familia entera, quizá tres generaciones, con las únicas pertenencias que les quedan. Un colchón enrollado, la alfombra, bolsas con harapos, zapatillas infantiles, cazos de una cocina que ya no existe, juguetes rotos…, los testigos mudos de otra vida. Las prendas de algo que fue y nunca más será. Y el asno, monótono y obediente, acumulado con todo y con lo que más pesa: la pena y el dolor; la humillación. La pérdida. Las figuras de un paisaje tétrico, desolado. Un bosque de esqueletos de edificios que fueron construidos para vivir y no para morir. Para trabajar y curar. Para ejercer la enseñanza y cobijar a los viejos. Hoy un holograma imposible. Y esos niños que son asesinados día a día. Minuto a minuto. Y que siempre serán una acusación para la conciencia humana. Cuesta metabolizar la visión cotidiana de escombros y ruinas, la imagen del éxodo. De los desplazamientos. De la muerte habitual. Rutinaria.

El futuro, ya deberíamos saberlo, es una amenaza cuando antes nos parecía una promesa, un espóiler benigno. El difícil diálogo del hombre con el propio hombre, con la naturaleza y con la vida ajena, su arrogancia y su desprecio nos van convirtiendo, poco a poco, en unos archivos de amargura. Otro fracaso del Gran Depredador, y van…

Así como el pájaro que deja el nido –perdónenme la licencia espriuana–, el hombre va abandonando el género humano, un pie en él y el otro no se sabe dónde. Y ahí están esos pre humanos repartiendo infiernos. Jugando con los mapas y redibujando geografías, su diversión y su podrida moral. Abanderados de la impiedad ¿Será todo por dinero? Todo quizá no, pero… Como ese tipo al que los suyos llaman Bibi –¿Es por afecto o por miedo? Quizá por asco–, asesinando en serie con la tutela del Esputo Naranja, a su vez toreado –como publicó La Vanguardia – por un Putin cargado de heladas frialdades, a la manera de un astado de desecho en una plaza de talanqueras.

Pero este es un asunto delicado, el de la guerra, el de las guerras que se superponen, 56 conflictos de sangre e intolerancia, cohabitando en un mundo que se quema a sí mismo, del que más nos valdría, a la buena gente, pasar de largo a ser posible, si no deseamos perder la cabeza, porque esto será así, o peor, hasta que Dios o el demonio los libere de la vida. ¡Que sea pronto, por favor! Y pensar que el triste borrico gazatí, si aún está vivo, pertenece a la misma categoría animal que la mascota del Partido Demócrata de Estados Unidos. Y del dulce y algodonoso Platero. Vivir para ver. - Joan-Pere Viladecans en la vanguardia.

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