El futuro, ya deberíamos saberlo, es una amenaza cuando antes nos parecía una promesa, un espóiler benigno. El difícil diálogo del hombre con el propio hombre, con la naturaleza y con la vida ajena, su arrogancia y su desprecio nos van convirtiendo, poco a poco, en unos archivos de amargura. Otro fracaso del Gran Depredador, y van…
Así como el pájaro que deja el nido –perdónenme la licencia espriuana–, el hombre va abandonando el género humano, un pie en él y el otro no se sabe dónde. Y ahí están esos pre humanos repartiendo infiernos. Jugando con los mapas y redibujando geografías, su diversión y su podrida moral. Abanderados de la impiedad ¿Será todo por dinero? Todo quizá no, pero… Como ese tipo al que los suyos llaman Bibi –¿Es por afecto o por miedo? Quizá por asco–, asesinando en serie con la tutela del Esputo Naranja, a su vez toreado –como publicó La Vanguardia – por un Putin cargado de heladas frialdades, a la manera de un astado de desecho en una plaza de talanqueras.
Pero este es un asunto delicado, el de la guerra, el de las guerras que se superponen, 56 conflictos de sangre e intolerancia, cohabitando en un mundo que se quema a sí mismo, del que más nos valdría, a la buena gente, pasar de largo a ser posible, si no deseamos perder la cabeza, porque esto será así, o peor, hasta que Dios o el demonio los libere de la vida. ¡Que sea pronto, por favor! Y pensar que el triste borrico gazatí, si aún está vivo, pertenece a la misma categoría animal que la mascota del Partido Demócrata de Estados Unidos. Y del dulce y algodonoso Platero. Vivir para ver. - Joan-Pere Viladecans en la vanguardia.
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