Cuando a menudo digo lo de que no hay nada nuevo, salvo lo que hemos olvidado, podría aplicarse a este artículo de Albert Molina en PÚBLICO de junio de 2017, bajo el título de: La globalización según Keynes. Leedlo y ved si os suena la música de esta premonitoria partitura económica Keynessiana.
"Seguramente quien mejor captó en los años 30 las dificultades de encajar la política y la economía internacional fue John Maynard Keynes. El funcionario entendió a la perfección la peligrosidad de mirar el presente con los hábitos mentales del pasado, y optó por defender a partir del Crash del 29 las políticas antideflacionarias por encima de la estabilidad del tipo de cambio y la división internacional del trabajo.
De este modo, Keynes se convirtió con el tiempo en un escéptico de las finanzas internacionales y en un firme defensor de lo que él mismo llamó “autosuficiencia nacional” (Keynes 1934). Este nuevo posicionamiento respondía a que, en primer lugar, la evidencia mostraba que el internacionalismo económico poco había servido por la paz entre los pueblos; y en segundo lugar, que las ventajas de la división internacional del trabajo con el progreso tecnológico tendían a ser cada vez menores. Según explica Robert Skidelesky, estos razonamientos le llevaron a defender al Comité Macmillan su preferencia para la producción ineficiente de automóviles en Reino Unido como mal menor frente al desempleo. (Skidelesky 2009)
Uno de los artículos más polémicos sobre este asunto fue una pieza publicada en el New Statesman and Nation el 7 de marzo de 1931 bajo el título “Mitigación por medio del arancel”. Keynes mantenía que sólo había dos formas de hacer frente al aumento del desempleo, el primero, reduciendo el coste del producto -lo que hoy llamaríamos políticas de austeridad-, o incrementando la demanda de productos - las llamadas políticas expansivas-.
Keynes afirmaba que si bien era cierto que la deflación era una política excesivamente ineficiente, las políticas expansivas sin tener en cuenta la balanza comercial, la carga sobre el presupuesto o la confianza de los inversores internacionales eran un privilegio que los políticos británicos no podían permitirse. En definitiva, Keynes planteaba las dificultades de dar demasiada responsabilidad a la demanda agregada en una hipotética recuperación económica sin tener en cuenta las dificultades que esto conllevaba en la balanza de pagos exteriores.
Para corregir esta dificultad, Keynes defendió la devaluación y el soslayo de la amarga declaración de intenciones que suponía el regreso al patrón oro. Esta propuesta se encontró con la incomprensión de la práctica totalidad de los grupos políticos organizados del país que luchaban -siete meses después se demostraría que de forma insatisfactoria- por mantenerse oficialmente dentro de la camisa de fuerza del sistema monetario internacional. Este hecho le llevó a sostener que entonces la única manera de mantener la estabilidad macroeconómica sin derribar salarios y empleo consistía en reducir el nivel de importaciones por medio de un arancel.
Su desistimiento en el librecambismo fue fuertemente criticado y, según explica Benn Steil en “La batalla de Bretton Woods” (Ediciones Deusto), vergonzosamente aplaudido por el líder de la extrema derecha británica, Oswald Mosley. Sin embargo, el premio de consolación por Keynes no fue precisamente poco valioso, sus palabras fueron casi un presagio: el Reino Unido suspendió oficialmente el patrón oro -más por realidad económica que por voluntad política- en septiembre de 1931, aplicó un impuesto a las importaciones a finales de ese mismo año y en la Conferencia de Ottawa ánico respecto a los territorios que no estaban bajo el paraguas de la Commonwealth.
El testimonio del padre de la macroeconomía moderna resulta útil para quienes todavía no quieran abdicar de un programa económico favorable al trabajo en una Europa que parece haber decretado la incompatibilidad de mayores grados de integración económica con los preceptos más básicos del keynesianismo. Pero sobre todo representa un buen toque de atención a quienes imponen un régimen de incompatibilidades entre la no adhesión incondicional a la globalización en su particular, según TIME, “batalla” y la defensa de una agenda de progreso".
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