A la búsqueda en Manhattan de una imagen que ilustre la época arancelaria que se avecina, ahí está Josh en pleno despliegue físico, sudando los ahorros. Josh es un tipo joven, por debajo de los 30, con una percha de al menos dos metros y musculatura reluciente. Un tipo cachazudo que está en apuros transportando a peso un televisor gigante. La escena se produce en la avenida Broadway con la calle 80, a pocos metros de un negocio de material electrónico y tecnológico (PC Richard & Son). “La televisión que tengo no funciona bien y he pensado que este es el momento de cambiarla”, explica mientras se toma un respiro.
El aparato nuevo es de una marca de Corea del Sur, país al que el presidente estadounidense Donald Trump le fijó un gravamen recíproco del 25%, en vigor a partir del 9 de abril (salvo rectificación). Habría esperado un poco más, pero me temo que la próxima semana van a subir los precios. Ponen aranceles y ¿quién los paga?, pues nosotros, los ciudadanos, se lamenta.
Esta es una crónica de proximidad que se desarrolla en el Upper West Side. Desde que el miércoles compareció Trump para detallar sus aranceles, los titulares se han volcado con los avatares de la bolsa, ya se sabe, Wall Street y todo eso. Pero se ha hablado menos de la bolsa, la de la compra de los hogares en comestibles, bebidas, ropa, mobiliario. Si todo sigue como prevé Trump, el primer lugar donde impactarán estas tasas será en los establecimientos cuyos inventario se mueve rápido. Y eso ocurre sobre todo en los alimentos. Los analistas auguran pequeños incrementos en bananas o en las uvas de países con aranceles del 10% a partir de este sábado. Y el miércoles deberían aplicarse las tasas de represalia a 57 países.
“Los aranceles subirán los precios para cada estadounidense de manera que afectarán directamente su vida cotidiana”, declaró al T he Washington Post Kimberly Clausing, profesora de la UCLA y ex economista del Departamento del Tesoro. “Será el mayor aumento de impuestos que han enfrentado en 50 años, en forma de incremento de precios”, reitera.
“Hay clientes que han empezado a acaparar vinos europeos. Es un miedo real”, explica Kyle, al frente de una tienda (Best Bottles) especializada en caldos no estadounidenses. “No sabemos cómo nos afectará. Disponemos sobre todo de vinos europeos a precios asequibles. Si hemos de subirlos, es más que evidente que nos resentiremos”, calcula.
Una clienta es Danielle. Se lleva dos tintos, uno francés y otro italiano. “Ciertas compras no cambiarán. Tal vez sea diferente para cosas como zapatos y otros productos que no me preocupan en exceso, ahí es posible que sea más local, pero me mantendré con las que les doy valor, como libros o vino”, dice.
“No creo que sea buena idea lo que va a hacer el presidente. No estoy de acuerdo aunque va a afectar más a otras personas, a la clase media y trabajadora, que ganan menos que nosotros”, sostiene Danielle, que reconoce que ella y su marido tienen un nivel económico alto y el encarecimiento les afecta menos. “No acaparo porque quién sabe que va a hacer Trump al día siguiente”, ironiza.
“Me llevo tres pares, mira”, muestra John a la salida de una zapatería de la calle 72 (Tip Top Shoes). En la bolsa hay unos zapatos italianos, unas botas made in China y unas sneakers procedentes de Vietnam. “Creo que ya está todo dicho”, apostilla.
P.J. es otra clienta que sale de la zapatería. “Hemos de mantener la calma, esto ni siquiera ha empezado”, replica. “No soy economista y a largo plazo no sé si será buena idea, algo había que hacer para arreglar la situación. A corto plazo es muy aterrador”, acepta.
Esta preocupación se constata, sin gran esfuerzo, a las puertas de Zabar’s, uno de los supermercados más singulares, o en Kt Collection, una pequeña joyería. “Lo vamos sufrir mucho los pequeños negocios, porque no podemos soportar tanta carga como las corporaciones”, comenta Kay, ocho años detrás del mostrador en este lugar. Algunos hacen acopio de bienes y otros esperan ante la posibilidad de que el presidente cambie de plan. Milena Gernandt, ciudadana originaria de Colombia, se encarga de la gestión de varios restaurantes mexicanos. Han renovado el mobiliario o las neveras por prevención ante la subida de los costos.
“Estamos muy preocupados con lo que nos llega de China y la comida importada de México, tequila, mezcal, aguacates. ¡Es una locura! Y si subimos los precios, la gente no va a entrar a los restaurantes”, se queja. Francesc Peirón en la vanguardia
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