La península Ibérica vivió ayer un acontecimiento excepcional por la ausencia de precedentes y las consecuencias de toda índole. El corte abrupto y generalizado de la electricidad sumió en el desconcierto a la población, capaz, sin embargo, de afrontar el envite con el mejor ánimo posible y la madurez suficiente para que la vida siguiese con orden y relativa normalidad, especialmente aquellos servicios básicos como los hospitales, estaciones de ferrocarril y aeropuertos. Ningún indicio, al cierre de esta edición, de saqueos de tiendas o aumento de los delitos contra la propiedad que se dan en países subdesarrollados y no tan subdesarrollados en situaciones de emergencia similares.
Desgraciadamente, el apagón suscita más preguntas que respuestas. En su primera comparecencia ante la opinión pública, a las seis de la tarde, el presidente Pedro Sánchez admitió que no existía una causa clara y que la prioridad era el restablecimiento del suministro lo antes posible. No podía ser de otro modo. Muchas horas para tan menguadas explicaciones –el apagón se produjo a las doce y media del mediodía–, que bien hubiese podido ofrecer previamente algún ministro. El presidente Sánchez añadió que el Gobierno no descarta ninguna hipótesis, una frase tan prudente como inquietante
–reiterada en su segunda comparecencia al filo de las once de la noche– cuando los ciberataques a escala global están adquiriendo una frecuencia y magnitud descomunal y aparecen en la mente de todos a las primeras de cambio. No obstante, la posibilidad de un ciberataque perdió fuerza anoche al conocerse la versión de Red Eléctrica de España que apunta a un fallo general del sistema provocado por un desequilibrio entre la demanda eléctrica y la generación de energía. En cinco segundos desaparecieron 15 GW (el 60% de la generación en ese momento).
La instantaneidad informativa del siglo XXI ha reducido la paciencia y acortado el tiempo de espera que se concedía a cualquier noticia. El ansia de saber pronto y con todo detalle todo aquello que acaba de suceder –o está sucediendo– choca en este caso con la aparente complejidad del problema y las infinitas ramificaciones que provoca un apagón peninsular. Un terreno abonado para bulos y teorías conspirativas, sobre las que alertó oportunamente el presidente (más discutible fue su consejo para abreviar las llamada telefónicas, algo más propio del buen criterio de cada uno).
El apagón tiene mucho de ejemplo práctico sobre cómo una sociedad muy dependiente de la tecnología, la conectividad más absoluta y la sacralización de los teléfonos móviles se enfrenta al desconcierto que genera la ausencia de electricidad. Y de cómo afrontar las incertidumbres que se derivan de tecnologías destinadas, precisamente, a dar certezas y simplificar la vida. Aunque anecdótico, ahí están ese significativo retorno de los transistores y las radios con pilas, un objeto con estatus de reliquia en muchos hogares o directamente desconocido para los jóvenes. Su reaparición en muchos hogares, centros de trabajo y aún corros en las calles viene a recordarnos el célebre kit o lote de supervivencia aconsejado a los europeos por la Comisión que preside Ursula von der Leyen el pasado 26 de marzo. Cabe recordar que incluía un transistor de onda larga y pilas, recomendaciones que fueron tomadas más en broma que en serio por muchas personas.
El apagón ibérico ha dado la razón a la Comisión Europea y es un estímulo para disponer en los hogares de algunos –no son tantos– objetos imprescindibles para las primeras 72 horas, algunos de los cuales provocaron ayer colas y acopios desmesurados en los supermercados. Hay cosas evitables en la vida y está es una de ellas. Jornadas como la de ayer ayudan a entender que no toda emergencia es cuestión de guerras a la vieja usanza. Existe otro objeto en desuso que se ha demostrado importante: el papel moneda. El dinero contante y sonante que permite salir del paso porque los cajeros dispensadores no fueron ajenos en su totalidad al apagón.
En líneas generales y a la espera de conocer las causas precisas del apagón, el país ha sabido reaccionar con paciencia y comprensión, dando una imagen de sociedad adulta y propicia a sacar lo mejor de sí en las situaciones adversas. La solidaridad entre vecinos o entre desconocidos vividas ayer confirman que, con sus defectos, España es un país civilizado y humano. Está por ver si el apagón dará pie a un debate responsable sobre la forma de evitarlo en el futuro –o de paliar mejor sus consecuencias– o engrosará la larga lista de asuntos de Estado en los que los partidos procuran sacar réditos aún a costa de la credibilidad del sistema y de la desafección de la población con la vida política. Lo más probable es la segunda opción apuntada, el PP activado por Ayuso ya se ha movido en este sentido, tiempo les va a faltar para dar la culpa del apagón a Sánchez.
Por último, lo preocupante no es el apagón en sí, que según los expertos era imposible que se produjera, lo preocupante es que no se sepa o no nos quieran decir o no puedan decirlo, qué caray pasó para que toda la península Ibérica se quedara a oscuras un lunes de abril a las 12.32. A ver si como en la balsa de piedra, nos estamos separando de Europa poco a poco, o se desata el caos, lo que me ha llevado a recordar a Frank Yerby en su novela, 'mientras la ciudad duerme', o ciertas similitudes comparables con el 'Ensayo sobre la ceguera' de Saramago. Francamente, es para preocuparse, están pasando cosas que antes no pasaban, al menos de tanta magnitud, y esto es nuevo, y ni tan siquiera sabemos del todo cierto, si es de ellos.
