Emmanuel Todd en su libro 'La défaite de l’Occident' (2024), al escribir que “una de las características esenciales de nuestra época es la completa desaparición del sustrato cristiano”, hasta tal punto que “el protestantismo, que en gran medida dio a Occidente su fuerza económica, ha muerto”, lo que constituye “una de las claves, si no la clave explicativa, de las actuales turbulencias mundiales”. 

Y añade Todd: “Llevo observando la evolución de Estados Unidos desde el 2002” y, “hoy, tras constatar la muerte del protestantismo, tengo que admitir que (…) la extinción religiosa (…) ha acabado por conducir a la desaparición de la moralidad social y del sentimiento colectivo”, lo que ha provocado el “surgimiento de un nihilismo (que) tiende irresistiblemente a destruir la noción misma de verdad”, (y de) “un amoralismo derivado de la ausencia de valores”.

Lo que nos lleva a extraer una conclusión clara: el núcleo duro de la corrupción no se halla en los corruptos, sino en los corruptores, es decir, en quienes corrompen y compran. Lo que implica la profunda injusticia que supone que las sanciones y condenas por corrupción recaigan solo en los corrompidos (políticos, funcionarios y empleados) y no en los corruptores, que habitualmente son los que están al mando de importantes compañías, que parecen flotar por encima del bien y del mal, tanto en las empresas que tienen dueño, como en aquellas que están en manos de sus directivos, algunos de los cuales interpretan la caridad evangélica en el sentido de que “la caridad bien entendida comienza por uno mismo en forma de bonus y de stock options”.

Esta conclusión es especialmente aplicable al ámbito de la corrupción política, donde incluso la pena de telediario se ceba en los políticos implicados, pero no, o mucho menos, en los empresarios y directivos que con ellos han delinquido. Así, por ejemplo, el foco mediático apunta a Ábalos, Cerdán, Koldo García y Montoro, pero no a las compañías beneficiarias, en su caso, de sus posibles delitos ni, menos aún, a sus dueños o directivos.

Lo que nos lleva a otro tema grave. El reflejo mediático de la corrupción. Felicitación y renovada confianza a aquellos medios que procuran informar con inteligente y decidida imparcialidad; y el desdén más profundo por los que se prostituyen sin remilgos a la vista de todos, pensando quizá que somos tan viles como ellos. Lo que vale tanto para “la princesa altiva” como para “la que pesca en ruin barca”, sin olvidar a los peores, aquellos que hacen continuo alarde de una pretendida superioridad moral auto­otorgada.

En España, la corrupción se da en todos los partidos políticos en grado directamente proporcional a su participación en la política de gestión, bien sea para financiar al partido, bien sea para el lucro directo de sus gestores. Y, pese a que esto sigue siendo cierto, por ello, la lucha contra la corrupción no puede centrarse solo en los políticos. Hay que ir más allá, hasta llegar a los burladeros donde se cubren quienes la impulsan de veras: sus principales beneficiarios. - Juan-José López Burniol

Una vez leído el artículo, vale la pena - si os interesa - saber de la opinión negativa de Olivier SCHMIT sobre el libro de Todd:

¿Derrota de Occidente o derrota del mercado de las ideas? Sobre la última obra de Emmanuel Todd

El último libro de Emmanuel Todd ha recibido una amplia cobertura mediática y una cálida acogida en algunos círculos, incluyendo la izquierda. En esta implacable reseña, Olivier Schmitt, profesor de ciencias políticas en el Centro de Estudios de Guerra de la Universidad del Sur de Dinamarca, desenmascara un panfleto reaccionario camuflado en un ensayo. Merece la pena leerlo para comprender la verdadera naturaleza de esta obra y de su autor, quien, más allá de errores flagrantes, falsedades demostradas y una concienzuda reelaboración de la propaganda rusa, ahora parece plenamente comprometido con la lucha cultural de la derecha radical europea y estadounidense.