De pronto, sucede una explosión, y tiembla el suelo. Tiemblan el suelo y las paredes, que son las paredes de un hospital que han bombardeado ya otras veces, porque aquí las bombas han caído sobre hospitales y sobre escuelas. Aquí han disparado a gentes hambrientas que se agolpaban entre una multitud mientras esperaban a que les lanzaran algo de comida igual que se la lanzan a los animales. En este hospital no hay apenas medicinas y faltan camas: es un milagro que siga abierto. A los médicos los matan, como a todos los demás, pero quién piensa en eso en este instante si los cuerpos están inertes y en el suelo, si hay gente que pide ayuda a gritos y hará falta apartar los cascotes con las manos para distinguir a los vivos de los muertos, cubiertos de sangre y piedras.
Todo es confusión en este lapso en que la explosión parece que haya suspendido el tiempo, y por eso este será el instante crucial: el momento en el que todos los demás —que están vivos por casualidad— corran sin pensárselo a socorrer a los heridos y a tratar de dar dignidad a los muertos. Ese es el punto en que al instinto de supervivencia se sobrepone otro mayor aún, propio de la condición humana: el de atender a los que piden auxilio y no dejarles solos.
Es el momento en que, en pleno caos, alguien tratará de organizar la ayuda y de separar a los heridos, de llegar a tiempo, de ponerse unos guantes y alzar la mano, de vestirse con el chaleco naranja y repartir las tareas pese a que lleve consigo tantas horas de insomnio y hambre, de agotamiento y muerte. Es el instante para que se acerquen incluso los pocos periodistas que queden, porque sus imágenes denunciarán la masacre al mundo y porque el mundo tiene que saber: porque seguro que el mundo detiene la masacre en cuanto sepa.
Ese es el instante, ese y no otro; porque quién puede imaginar que está arriesgando su vida mientras acude a socorrer a las víctimas, si esta vez la muerte anduvo tan cerca que pareció pasar de largo. Cómo va a ser que eso implique un peligro, justo cuando tantos fueron en ayuda de sus vecinos, sin preocuparse siquiera de sí mismos y a la vista de cualquiera, para salvar a los heridos y para honrar a los muertos. Ese fue el instante en que les lanzaron la segunda bomba, - José Luis Sastre en el País.
Sin embargo, a esta podrida sociedad nuestra le parece que lo más acertado es mirar para otro lado, negando la mayor y soñando con ser youtubers o influenzers. Y votar a favor de Israel en Eurovisión.
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