España cerró el primer semestre con un crecimiento del PIB del 2,4%, cifras que el Gobierno exhibe con orgullo. Sin embargo, en zonas como V...
España cerró el primer semestre con un crecimiento del PIB del 2,4%, cifras que el Gobierno exhibe con orgullo. Sin embargo, en zonas como Vallecas o El Prat, esa bonanza apenas se traduce en ingresos estables y proyectos de vida consolidados para miles de familias.
El discurso oficial sostiene que reforzar el gasto social es sinónimo de justicia y cohesión. Sin embargo, cuando las prestaciones se convierten en la principal fuente de ingresos para un número elevado de hogares, la asistencia se transforma en muleta. En lugar de incentivar la creación de empleo de calidad o la formación, se perpetúa un escenario en el que el ciudadano ve la ayuda como fin último y no como puente hacia la autonomía económica.De entrada, la obsesión gubernamental por controlar cada faceta de la vida económica ha alcanzado niveles alarmantes degenerando en un intervencionismo kafkiano, tan arbitrario como ineficiente, que ahoga la iniciativa privada. Cada decreto, cada nueva normativa ha distorsionado el correcto funcionamiento de los mercados generando una mala asignación de los recursos.
Con la excusa de la justicia social o la protección a los vulnerables, el gasto público se ha disparado convirtiéndose en una orgía de clientelismo y de derroche, financiada a costa de los contribuyentes. Para sufragarlo se ha desatado una caza de brujas fiscal que estrangula a las clases medias y a las pequeñas y medianas empresas. Cada subida de impuestos es un desincentivo al ahorro, a la inversión y a la creación de empleo. Para más inri, a pesar del brutal aumento de la fiscalidad, la deuda pública se sitúa en niveles alarmantes y se ha transformado en una bomba de relojería que se cierne sobre las futuras generaciones, compromete la sostenibilidad financiera de las Españas y las sitúa en una posición muy vulnerable, sin margen de maniobra ante la emergencia de cualquier shock externo.
Pese al auge de la hostelería y el turismo, la tasa de paro juvenil roza el 30% y la temporalidad supera el 25%. La brecha entre la estadística nacional y la realidad individual aumenta con cada contrato eventual, según advierte el profesor de economía Juan Torres: “Las cifras de empleo no reflejan la calidad del mismo. Existe un desigual reparto de la riqueza generada”.
Para atajar la pobreza severa, el Ejecutivo socialista ha extendido la renta mínima vital a casi un millón de hogares y ha elevado el Salario Mínimo Interprofesional hasta los 1.200 euros. Pero, reconocen fuentes oficiales, estas medidas alivian el día a día sin garantizar una salida definitiva de la precariedad.
La política de ayudas ha generado un estado de confort asistencial en algunos sectores. “Recibir una prestación no debería ser un fin, sino un trampolín”, apunta la economista Clara Martínez. Sin embargo, la falta de incentivos para la formación profesional y la rigidez de ciertos convenios impide el salto hacia puestos de mayor responsabilidad.
Empresarios de la construcción y la pequeña industria acusan la elevada carga fiscal y los costes de seguridad social de trabar la contratación indefinida. “Contratar a alguien fijo sale más caro que mantener dos temporales”, lamenta Carlos Ruiz, gerente de una pyme en Sevilla. El resultado: oferta de empleo en serie, pero estabilidad en cuenta gotas.
ONG y sindicatos reclaman un pacto de Estado que fije salarios, fomente la economía productiva y reforme a fondo el mercado laboral. Propugnan sistemas de formación dual, subsidios vinculados a la búsqueda activa de empleo y bonificaciones a empresas que renueven plantillas con contratos de larga duración. Mientras tanto, en los barrios, cada nómina a tiempo parcial compite con el recibo del alquiler y la factura de la luz. El ciudadano medio se siente atrapado en un bucle de subvenciones que no dejan de llegar… pero tampoco de condicionar sus pasos hacia un futuro más próspero.
La pregunta persiste: ¿es posible compaginar un crecimiento económico sostenible con una verdadera recuperación del poder adquisitivo? Para muchos españoles, la respuesta sigue pendiente.
Pues a los españoles no les debe ir tan mal. Las terrazas de los bares están llenas, las ciudades veraniegas están llenas, el turismo vario a tope, los pueblos derrochan sus fiestas y eventos...¿De qué se quejan los españoles?
ResponderEliminarLa macroeconomía va muy bien, pero la microeconomía no tanto, hay mucha gente con dificultades. Deberías ver como están de llenos los comedores de Teresa de Calcuta en Barcelona, o la gente que recoge alimentos en Caritas
ResponderEliminarLos pueblos derrochan sus fiestas y eventos...com crisis o sin crisis, siempre en ESPAÑA
Quejarse, lo que se dice quejarse, está reservado al PP i VOX, los españoles, hace tiempo que resignados, dejaron de quejarse.
Un pacto de estado sobre muchas cuestiones, no solo económicas, estaría bien. Lo que me da miedo es la posible coalición de la derecha extrema con la extrema derecha fascista. El panorama social podría ser devastador.
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