LOS JARDINEROS DE LA TIERRA


"Las últimas lluvias cayeron con suavidad sobre los campos rojos y parte de los campos grises de Oklahoma, y no hendieron la tierra llena de cicatrices. Los arados cruzaron una y otra vez por encima de las huellas dejadas por los arroyos. Las últimas lluvias hicieron crecer rápidamente el maíz y salpicaron las orillas de las carreteras de hierbas y maleza, hasta que el gris y el rojo oscuro de los campos empezaron a desaparecer bajo una manta de color verde. A finales de mayo el cielo palideció y las rachas de nubes altas que habían estado colgando tanto tiempo durante la primavera se disiparon. El sol ardió un día tras otro sobre el maíz que crecía hasta que una línea marrón tiñó el borde de las bayonetas verdes. Las nubes aparecieron, luego se trasladaron y después de un tiempo ya no volvieron a asomar. La maleza intentó protegerse oscureciendo su color verde y cesó de extenderse. Una costra cubrió la superficie de la tierra, una costra delgada y dura, y a medida que el cielo palidecía, la tierra palideció también, rosa en el campo rojo y blanca en el campo gris.
En los barrancos abiertos por las aguas, la tierra se deshizo en secos riachuelos de polvo. Las ardillas de tierra y las hormigas león iniciaron pequeñas avalanchas. Y mientras el fiero sol atacaba día tras día, las hojas del maíz joven fueron perdiendo rigidez y tiesura; al principio se inclinaron dibujando una curva, y luego, cuando la armadura central se debilitó, cada hoja se agachó hacia el suelo. Entonces llegó junio y el sol brilló aún más cruelmente. Los bordes marrones de las hojas del maíz se ensancharon y alcanzaron la armadura central. La maleza se agostó y se encogió, volviendo hacia sus raíces. El aire era tenue y el cielo más pálido; y la tierra palideció día a día...."

Así comienza 'Las uvas de la ira' la novela de John Steinbeck. Para los más jóvenes que no conozcan la obra de Steinbeck, leer esta novela de la Gran Depresión estadounidense pienso sería muy recomendable y enriquecedor, sobre todo en los tiempos que nos está tocando vivir, y para quienes lo conocemos, releerla también nos iría bien, aunque no sé si nos acabará de deprimir o será una buena autoayuda para salir del malestar actual.

Steinbeck nos devuelve a los tiempos de la Gran Depresión, cuando, después de una sequía, millones de pequeños granjeros del sur de Estados Unidos fueron expropiados y abatidos por las grandes corporaciones y los bancos. Los tractores sustituyeron a las familias que trabajaban la tierra. Así nacieron las fincas de millones de hectáreas y el monocultivo del algodón. Se acabaron las huertas y los pequeños rebaños. Un millón de rancheros sin casa, sin trabajo y sin comida no tuvieron más remedio que emigrar a las ricas tierras de California, atraídos por unas hojas publicitarias que ofrecían trabajo a todo el mundo que lo necesitara.
La novela revela las condiciones extremas del viaje de la familia Joad y de miles de familias a través de la ruta 66, en camionetas en situación de desguace, cargadas hasta los topes con lo poco que habían logrado salvar a las familias. Al pisar California, sólo hay trabajo para unos pocos en épocas concretas, pagando casi nada aprovechando el exceso de demanda laboral y el hambre. El autor consigue transmitir los estados de ánimo en uno de los relatos mejor trabados que he leído en los últimos años. Los clásicos siempre enseñan y las buenas novelas son los mejores libros de historia cuando cuentan la vida y emociones de la gente corriente.
Paseo por un sendero que corre en paralelo al cauce de un río de alta montaña. Los chopos, robles, abedules, nogales y hayas de grandes dimensiones acaban de forma abrupta en praderas que se elevan hasta chocar con altas montañas cubiertas de espesos bosques recientes. Unos filetes electrificados protegen los prados de la estrecha senda cubierta de vegetación que termina pendiente hasta el río. Los olores, la paz, la soledad, la visión de los alargados prados conservados por los campesinos para pastos, las vacas plácidas de color marrón y el sonido de los cencerros me devuelven la capacidad de soñar, de emocionarme.
Sentado en una pequeña roca, observo las flores silvestres de todos los colores. De repente sólo puedo pensar en la gratitud que debemos a los campesinos. Queremos paisajes naturales, excelentes tomates, verdura y huevos ecológicos, bosques que no se incendien y tampoco beban el agua que necesitan los ríos, pero olvidemos lo esencial. Olvidamos a los jardineros de la tierra. Si todo esto pervive, es gracias a los campesinos. Uno de los oficios que mayor reconocimiento necesita.
Reflexiona sobre Steinbeck y el campesinado, Pepe Ribas en su artículo en la Vanguardia con el nombre de este escrito: Payeses, los jardineros de la tierra.
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Comentarios

  1. Es una novela bestial y la película no le va a la zaga. Aquel duro tiempo que cambió la faz del país y sobre todo de las gentes. Habría que seguir teniéndola en cuenta.

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  2. La novela la leí de muy joven, a mi padre le gustaba mucho Steinbeck, y he visto también la película, muy buena, por cierto.

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