ChatGPT y otros asistentes de inteligencia artificial nos han dado a todos una posibilidad que hace poco muy poca gente tenía: utilizar la IA para poder hacer más rápido nuestro trabajo. Los científicos lo descubrieron muy pronto y acabaron de lanzarse a ello cuando AlphaFold, una IA de Google DeepMind, fue capaz de realizar unos cálculos que eran uno de los mayores retos de la bioquímica de los últimos 50 años, los del plegamiento de las proteínas. Sus impulsores fueron galardonados con el Nobel de Química en el 2024.

En mi entorno, veo cada vez a más personas que usan estos asistentes para hacer su trabajo más rápido. Como un acelerador para proyectos de todo tipo, desde planes empresariales a trabajos académicos, pasando por la creación de un canal de YouTube sobre el cuidado de acuarios.

Esta aceleración (a base de descargarnos de tareas repetitivas, ordenar información y obtener borradores que resulta más rápido corregir que empezar de cero) también hace que muchos se animen a poner en marcha nuevos proyectos. Ideas que ahora sí se ven capaces de llevar a la práctica, porque van a necesitar menos tiempo.

Llama la atención, sin embargo, ver cómo en lo que antes llamábamos Occidente estamos a la cola en la disposición a aprovechar este potencial. Un estudio encargado por la Universidad de Stanford muestra cómo los ciudadanos de algunos de los países más punteros de Asia, como China, Indonesia, Corea del Sur y Tailandia, son los que aseguran con mayor rotundidad (entre el 70% y el 80%) que los productos basados en IA han cambiado su vida y que están muy entusiasmados por lo que les podrá ofrecer esta tecnología. Entre los encuestados europeos y estadounidenses, sin embargo, tanto el impacto en la vida diaria como el entusiasmo se reduce aproximadamente a la mitad.

A pesar de las necesarias cautelas que debemos tener ante la IA, todo apunta a que la capacidad de las personas de interactuar con ellas será una de las habilidades más importantes para cualquier profesional, empresa y país en el futuro inmediato. En China, el Gobierno ya ha dado directrices para impulsar la educación en IA (educación práctica y crítica) desde la escuela primaria hasta la universidad. El objetivo es que el alumnado pueda sacar el máximo provecho de la colaboración entre humanos y máquinas. En EE.UU., son empresas como OpenAI y Anthropic las que implementan planes de alfabetización en IA y regalan suscripciones gratuitas a los estudiantes de universidad. La carrera por dominar esta nueva alfabetización digital ya ha comenzado. Y puede ser la diferencia entre acelerar o quedarse atrás.  Gemma Ribas