No sé cómo empezar esta carta sin que se me quiebre la voz, aunque sea una voz escrita. Cada día que pasa, Gaza se desangra un poco más, y nosotros, desde este lado del mundo, seguimos viendo cómo se acumulan los muertos, cómo se apilan los escombros, cómo se borra la infancia de los ojos de los niños que todavía sobreviven. Y lo vemos. Lo sabemos. Y seguimos.
No quiero hablar de cifras. No quiero hablar de geopolítica, ni de resoluciones que nunca se cumplen. Quiero hablar de la humanidad. De aquella que se nos escapa entre los dedos, cuando justificamos lo injustificable, cuando relativizamos el horror, cuando nos escondemos detrás de la neutralidad como si fuera un escudo ético. Lo que está ocurriendo en Gaza no es una operación militar. No es una respuesta legítima. Es una masacre. Es un exterminio. Es el fracaso absoluto de la civilización. Y lo doloroso es que ya no nos sorprende.
Nos hemos acostumbrado a ver cuerpos bajo mantas, a escuchar el llanto de madres que entierran a los hijos, a leer titulares que hablan de “daños colaterales” como si la vida humana fuera una estadística más. Me duele la indiferencia. Me duele el silencio cómplice de gobiernos que se llaman democráticos. Me duele que el mundo mire hacia otro lado mientras se comete una atrocidad a plena luz del día. Y me duele, sobre todo, que haya que escribir cartas como ésta, porque significa que no hemos aprendido nada.
En este contexto, el Gobierno de España, que ha sido uno de los más críticos con la actuación de Netanyahu desde el principio de la crisis, dio ayer un salto cualitativo con un nuevo paquete de medidas contra Israel. Aunque le avala su clara estrategia de confrontación en esta guerra, es evidente que Pedro Sánchez ha captado la irritación y la rabia generalizadas que despierta la actuación del Gobierno israelí y no ha querido dejar pasar la oportunidad. Lamentablemente servirá de poco. Netanyahu se enrocará aún más y aparecerá disfrazado de víctima para decir a los compatriotas que el mundo está contra Israel. Solo podría pararlo Donald Trump y este no parece estar por trabajo.
No soy palestino. No soy árabe. No soy musulmán. Pero soy humano. Y esto debería ser suficiente para levantar la voz, para exigir justicia, para no callar. Porque si no lo hacemos ahora, ¿cuándo? Si no lo hacemos por ellos, ¿por quién?
A los que todavía dudan, a los que todavía justifican, les pregunto: ¿cuántos niños deben morir para que digamos “suficientemente”? ¿Cuántas casas deben desaparecer del mapa para que entendamos que esto no es defensa, sino destrucción?
Esa carta no busca convencer. Busca sacudir. Busca recordar que detrás de cada bomba hay una historia truncada, una familia rota, una vida que ya no será. Y que eso, eso sí que debería importarnos. Con rabia, con tristeza, pero también con esperanza.
Att. Francesc Puigcarbó i Reixach.
Occidente mientras mira para otro lado. La vida da muchas vueltas y nunca sabremos si nos tocará algo parecido en el futuro.
ResponderEliminarEsta ausencia de ayuda viene de lejos, en la Guerra Civil, nadie movió un dedo por los españoles republicanos. Los 700mil exiliados rohinyás que viven precariamente y sin esperanza en campamentos de Bangla Desh, saben de qué va esta ignorancia, este mirar para otro lado.
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