EL DECLIVE DEL INTELECTUAL CLÁSICO


Los intelectuales tradicionales solían tener autoridad por su prestigio académico y capacidad de análisis. Pero hoy, como señala Fernando Vallespín, su figura ha sido desplazada por el tertuliano que opina sobre todo sin especialización. La razón: el espacio mediático premia la inmediatez, la polémica y la emocionalidad, no la profundidad.

El formato mediático favorece la superficialidad. Los medios de comunicación —especialmente la televisión y redes sociales— están diseñados para captar atención rápidamente. Un discurso complejo, como el de Manuel Delgado o David Pastor Vigo, requiere tiempo y contexto. Pero eso no vende. En cambio, el ultracrepidiano (quien opina sin saber) ofrece certezas simples y contundentes, que generan más clics y audiencia. El tertuliano exitoso suele ser carismático, provocador, incluso histriónico. No necesita tener razón, solo entretener. En cambio, el erudito puede parecer distante, dogmático o pedante porque exige reflexión y matices. En una cultura del “pensar rápido”, como la que describe Daniel Kahneman, eso se percibe como una amenaza o aburrimiento.

Existe una creciente desconfianza hacia las élites intelectuales. Como explica Daniel Innerarity, la democracia moderna se basa en una “inteligencia distribuida” donde todos opinan, incluso sin saber. Esto diluye el valor del experto y eleva al “ciudadano opinador” como figura legítima.

En resumen, no es que los eruditos no tengan valor, sino que el ecosistema mediático y cultural actual favorece la opinión rápida, emocional y accesible. Los que piensan despacio y con rigor —como Pastor Vigo, Innerarity o Delgado— nadan contra corriente. Pero su papel sigue siendo esencial, aunque menos visible.

La democratización de la opinión ha traído consigo una paradoja: todos pueden opinar, pero no todos saben. El saber se ha vuelto sospechoso, elitista, incluso antidemocrático. El ultracrepidiano triunfa porque representa al “ciudadano común”, mientras que el erudito parece hablar desde una torre de marfil.  La prevalencia de los tertulianos ultracrepidianos frente a los expertos eruditos no es un fenómeno casual ni temporal, sino el reflejo de transformaciones estructurales en los medios, la cultura y la democracia. Si bien parece que esta tendencia ha consolidado un espacio público donde domina la simplicidad y la emoción, el papel del pensamiento riguroso y crítico sigue siendo fundamental para contrarrestar la banalización y el discurso acrítico. La visibilidad y el prestigio del erudito pueden ser limitados, pero su contribución al debate intelectual y social permanece insustituible.

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