No estoy allí. No estoy en Gaza. No estoy donde debería estar. Soy periodista, y, sin embargo, me siento como un espectador más, atrapado en la comodidad incómoda de una redacción, viendo cómo el horror se despliega en tiempo real, pixelado, filtrado por algoritmos, por titulares que compiten por atención. Esta es la primera guerra retransmitida en directo por las redes, y yo la sigo como quien sigue una serie que no pidió ver. Pero esto no es ficción. Esto es sangre. Esto es polvo. Esto es llanto.

Me duele no estar en la primera línea. No por heroísmo, ni por gloria. Si no porque sé —lo sé, lo sabemos todos— que del otro lado hay seres humanos que están siendo asesinados sistemáticamente. Y yo, que juré contar la verdad, tengo que enterarme por fragmentos, por vídeos grabados con móviles temblorosos, por transmisiones que se cortan, por testimonios que llegan tarde. ¿Cómo se cuenta una guerra que se vive en directo, pero se entiende en diferido?  Y sin embargo, algo se filtra. Algo que no es solo horror. Algo que, quizás, sea dios. O Alá. O lo que sea que nos queda cuando todo lo demás se ha perdido.  Vi las imágenes. Todos las vimos. Un niño, pequeño, con los ojos desbordados, caminando solo por una carretera, cargando a su hermanito en los hombros. Lloraba. No gritaba. Lloraba como quien ya no espera consuelo. Había perdido a sus padres. A una hermana. Y caminaba. Caminaba como si el mundo se hubiera reducido a ese tramo de asfalto y a ese peso frágil sobre sus hombros.

Pero el periodista que filmó esas imágenes —ese colega que sí estaba allí, que sí pudo mirar de frente— no se conformó con grabar. Buscó. Preguntó. Se movió entre ruinas y escombros hasta encontrar al padre del niño. Lo encontró. Y por un instante, solo por un instante, la guerra se detuvo. Porque un niño volvió a abrazar a su padre. Quizás eso sea obra de Dios. Quizás eso sea obra de Alá. Quizás eso sea lo que nos salva de convertirnos en meros testigos de la barbarie. Yo no estuve allí. Pero ese periodista me recordó por qué elegí esta profesión. Y por qué, aunque la guerra se transmita en directo, la verdad aún necesita que alguien la busque.

El video fue grabado el 18 de septiembre por el periodista palestino Ahmed Younis. En él aparece Jidou, un niño que camina solo por una carretera en Gaza, cargando a su hermanito Khaled sobre los hombros. Entre lágrimas, Jidou avanza decidido, tras haber perdido contacto con sus padres y su hermana durante los bombardeos. La escena se convirtió rápidamente en viral, símbolo del sufrimiento de los niños palestinos en medio del conflicto. Lo más esperanzador: gracias a la difusión del video, Ahmed Younis y una organización de ayuda lograron reunir a los niños con su padre en un campamento de desplazados en Khan Yunis. El padre relató que su familia fue completamente destrozada, pero que sus hijos sobrevivieron “gracias a Dios”. Jidou sigue soñando: quiere ser profesor en el futuro..