Las reflexiones sobre el atractivo de la estupidez entre los seres humanos no son nuevas. Quizás esta capacidad humana de hacer cosas maravillosas y extraordinarias, pero también estúpidas y peligrosas, es lo que nos caracteriza. El libre albedrío nos hace humanos.
El teólogo y filósofo Dietrich Bonhoeffer afirma que la estupidez, más que el mal, es peligrosa porque paraliza la reflexión moral y crea obediencia ciega. Su “teoría de la estupidez” alerta sobre cómo las personas inteligentes pueden cometer atrocidades simplemente por no pensar, como ha ocurrido a lo largo de la historia. Sólo la educación y el ejercicio de la razón serían antídotos esenciales para evitar el desastre.
"El argumento de Bonhoeffer es que la estupidez debería considerarse peor que el mal. Un idiota poderoso causa más daño que una banda de conspiradores maquiavélicos. Sabemos cuando hay maldad y podemos negarle poder. Con los corruptos, los opresores y los sádicos, sabemos dónde nos posicionamos. esto es un arma peligrosa”, alerta el divulgador filosófico Jonny Thomson, que dirige el popular sitio web Big think.
Lo grave es la ascendencia social de la estupidez, su predicamento y su protagonismo peligroso
Mucho más relajado, pero no por ello menos preciso e incisivo, leemos Nuevo elogio del ibécil, del italiano Pino Aprile, así como el cínico, irónico y virtuoso tratado Allegro ma non troppo. Las leyes fundamentales de la estupidez humana, de Carlo M. Cipolla. Ambas obras confirman las sospechas de los sensatos: “El estúpido no sólo toma decisiones que duelen a los demás, sino también a sí mismo”. ¿Pero por qué es tan atractiva la estupidez?
Seguramente, es un refugio autocomplaciente, una casa segura para proteger sus propias limitaciones y revestirlas de seguridades tan jactanciosas como arrogantes. Pero también es un lugar en el que la ignorancia encuentra comprensión, colocación e incluso cierta justificación. Se trataría de la protección de la ignorancia.
Lo preocupante no es solo que la estupidez se generalice, se deleite o se justifique... lo más grave es su ascendencia social, su predicamento y su protagonismo peligroso. Hasta el punto de que ser estúpido y practicar la estupidez parecería no ser un obstáculo para la lucha por el poder, por mantenerlo o defenderlo. Esta paradoja del mérito inverso debe ponernos en alerta. ¿Los estúpidos pueden gobernarnos? La respuesta dramática es que sí, pero lo que sabemos con certeza es que las estupideces son realmente peligrosas y nocivas para la humanidad.
Vivimos tiempos en los que la tupida niebla de la perplejidad y la incredulidad nos puede paralizar e inmovilizar. Hay que persistir en la educación lenta porque, como recordaba Giordano Bruno en un bellísimo pasaje del Candelero, todo depende del primer botón: abrocharlo en el ojal equivocado significará, irremediablemente, seguir cometiendo un error tras otro. Podríamos vivir con estúpidos, pero no sobreviviremos a sus equivocaciones. Antoni Gutiérrez-Rubí.
Es una epidemia más contagiosa que el Covid. Da reparo hablar con la gente sobre cualquier tema.
Esta gente que opina sobre cualquier terma, tiene un nombre: Ultracrepidianos.