Cuando tenía ocho años, volaba muy poca gente, solo los adinerados o los menos ricos en casos muy concretos e imprescindibles. No era Cataluña un país para volar y nos teníamos que limitar una vez al año, a comienzos de diciembre por la Virgen de Loreto patrona de la aviación, a ir al aeropuerto de Sabadell donde se podía subir gratis a una avioneta o a un Fokker. Mi padre me llevaba cada año y al menos conseguíamos dar una vuelta por encima de Sabadell y ver la ciudad en miniatura. También se solía ir al Aeropuerto del Prat, o Muntadas como se llamaba antes, a ver levantarse y aterrizar los aviones, como una imagen prohibida de viajar en libertad hacia otras comarcas lejanas. Con el tiempo, los vuelos comerciales primero y los turísticos (chárteres) después, se han ido abaratando hasta el punto que puedes ir a cualquier lugar del mundo, solo con la VISA, bañador, camiseta y unas chanclas. Ahora dicen "low cost" que ya es la última expresión de socialización de volar para todo el mundo, de hecho casi es como coger un autobús.

Cada día se elevan y aterrizan miles de aviones en todo el mundo y de vez en cuando, solo de tanto se estrella alguno. Al decir alguno, quiero decir de las compañías avaladas por la IATA, las Rusas y de alguno otro país que se arriesgan a elevarse con Tupolev y otros son ya otra historia. Es cierto que de vez en cuando hay un grave accidente, pero es puntual, y lo si hay son incidentes. Estos incidentes, estoy seguro que se llevan producir a menudo y son el que son, incidentes menores, pero que al activarse esta paranoica psicosis llamada "alarma social" salen a las noticias cuando seguramente no lo habrían hecho de no haber algún accidente serio antes.

Fuimos en avión París el día siguiente que se estrellara el Acorde, de hecho incluso vimos los restos del accidente del día antes, y he tropezado un relámpago en un vuelo Barcelona Palma de Mallorca (*).

No tengo miedo de volar, y si al volante o con la bicicleta. Por pura estadística, ¿cuánta gente muere a la carretera al año y cuanta de accidente de aviación?. Mucho más riesgo corro yo que me muevo por la ciudad en bicicleta, y no en fin de semana, sino entre semana, en el centro de Sabadell, donde no hay un puto carril bici, o quienes van en moto que son carne de cañón. Volar es seguro, tan seguro como la irracionalidad de la gente en obsesionarse al pedir, o exigir una seguridad que no existe ni se puede garantizar. No entiendo el miedo de volar de quienes tenían que coger un vuelo hoy o mañana, un día después de un accidente, si son los días más seguros para volar, los posteriores a un accidente, el avión ya ha caído y estadísticamente no caerá ninguno más hasta de aquí a mucho de tiempo. No tengáis nada de miedo de volar, vale más que vigiláis al atravesar los pasos cebra para peatones, aquí sí que hay peligro.

Añadir con solo que no me afecta gentes el 'Jet-lag', yo duermo cuando toca y punto, claro que no se me puede hacer demasiado caso, tampoco me afecta nada el cambio temprano. Lo que no sé es si el raro zoco yo o lo sueño los otros.

(*) Mí primera experiencia como pasajero de Iberia, fue un vuelo Barcelona Palma una noche de un mes de diciembre del 1968. El vuelo salió con dos horas de retraso porque el avión (un Fokker) tenía problemas en un motor y se ve lo repararon sobre la marcha. Finalmente, ya por la noche, arrancamos el vuelo (casi una hora de Barcelona a Palma) en medio de una tormenta de relámpagos y truenos de cagati lorito. Al avión que era mitad carga y la otra mitad pasajeros y que estaba en un estado de dejadez lamentable, íbamos dos monjas y un servidor, y no sé quien rezó con más fe si ellas o yo durante la hora eterna que duró el vuelo con el avión que saltaba más que los pechos de Sabrina con el "boys, boys, boys". Un relámpago impactó en el avión, por megafonía nos dijeron que no nos preocupásemos, que era normal y no pasaba nada. ¿Que no nos preocupáramos= sí, ya lo estábamos y mucho de preocupados. Hombre, durante segundos que se hicieron eternos, el avión cayó barrena, o esto nos pareció a las monjas y a mí. El cierto es que no pasó nada y por fin, al aterrizar al aeropuerto de Son Santjoan de Palma a las once y media de la noche y poner aliviado los dos pies en suelo isleño, no me agaché a dar un beso en tierra como el Papa porque estaba mojado, pero casi.