El filósofo y ensayista alemán de origen surcoreano Byung-Chul Han, uno de los pensadores más innovadores en la crítica de la sociedad actual, ha sido galardonado este miércoles con el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2025, según recoge EFE. Es crítico con el capitalismo, el hiperconsumismo, el exceso de información y el sometimiento a las tecnologías, modelo frente al que reivindica "el placer de vivir". No es la primera vez en la que el filósofo coreano figura entre los candidatos más firmes a lograr el premio Princesa de Asturias que finalmente se le ha otorgado este miércoles.
La filosofía de Han (Seúl, Corea del Sur, 1959), que ha compaginado su trayectoria como ensayista con la docencia universitaria, se centra en el análisis y la crítica del mundo contemporáneo y de la sociedad actual. Dejó su país a los 22 años para viajar a Alemania, donde estudió Literatura alemana y Teología en la Universidad de Múnich y Filosofía en la Universidad de Friburgo, en la que consiguió su doctorado con una tesis sobre Martin Heidegger en 1994.
Han vive en una casa de piedra al borde del bosque, donde la señal de teléfono apenas llega y eso, para él, es perfecto. No tiene móvil, ni correo electrónico, ni redes sociales. Su reloj es de cuerda, su música viene de discos de vinilo, y su jardín es su mundo entero. Cada mañana, Han se despierta con la luz natural que entra por la ventana. No hay alarma, solo el canto de los mirlos. Se pone una camisa de lino, se sirve té en una taza de cerámica que él mismo hizo, y sale al jardín con una libreta de tapas duras. Allí anota lo que ve: “La peonía abrió dos pétalos más”, “El gato del vecino cruzó sin mirar”, “Hoy el viento huele a romero”.
Su jardín no tiene simetría ni diseño profesional. Es un caos armonioso de plantas que han decidido quedarse. Hay un rincón de helechos que crecen bajo una sombrilla rota, un rosal que se enreda en una bicicleta oxidada, y un estanque pequeño donde los sapos hacen conciertos nocturnos.
Han no hace turismo porque dice que su jardín cambia cada día, y eso ya es viajar. “¿Para qué ir a Kioto si aquí florece el cerezo?”, dice mientras acaricia el tronco de uno que plantó hace diez años. No tiene teléfono porque no quiere que lo llamen cuando está escuchando el silencio. “La gente habla demasiado. El musgo nunca interrumpe”, bromea.
Los domingos, Han pone un disco de Erik Satie y se sienta en su banco de madera. A veces escribe cartas que nunca envía. Otras veces, simplemente observa cómo el sol se filtra entre las hojas. No necesita más. No quiere más.
Una vez, un joven turista se perdió y llegó a su jardín. Le preguntó si tenía Wi-Fi. Han le ofreció té y le mostró cómo se escucha el viento en las hojas de bambú. El joven se quedó tres días, sin teléfono, sin fotos, sin publicaciones. Al irse, dejó una nota: “Gracias por enseñarme a estar”. Han la guardó en su libreta, entre anotaciones sobre la floración de las dalias y el vuelo de las libélulas. No la compartió con nadie. Porque Han no vive para contar su vida. Vive para vivirla.
Con información de Infolibre y Copilot.


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