HISTORIA DE UN FINANCIERO: EXPATS


 Excelente atuendo y mejor dicción. Un hombre de éxito. En su jerga, a powerful man, un tipo de los que manejan, ya nos entendemos. Un adivino. Su trabajo consiste en saber qué va a suceder. Apresar el mundo que todavía no es a través de la prospección para presentárnoslo con suposiciones aparentemente ciertas. Sus profecías tienen un campo de acción muy concreto: el dinero.

Nuestro hombre ve un mañana más darwinista que el actual en lo tocante al bolsillo. Los países competirán para atraer a los profesionales de éxito del planeta a sus ciudades con incentivos fiscales. ¡Vengan usted y su ordenador portátil a Barcelona o Madrid y no pague impuestos en diez años! A estos los llama expats, no inmigrantes. (Incluso tienen su propia red social), y serán, dice, fundamentales para mantener las ratios de consumo, innovación, excelencia y cuantas cosas buenas imaginemos. Sin ellos seremos menos competitivos, menos disruptivos y nos quedaríamos atrás, afirma. Hay que quererlos, adorarlos y tratarlos bien. Invitarlos a té matcha.

Claro que alguien deberá limpiar sus pisos, barrer sus calles, prepararles el brunch y llamar al timbre de casa para entregarles la cena preparada en una dark kitchen. Así que también habrá que seguir importando masas de gente a precario, a la que le baste con pagarse una habitación compartida.

El mundo que nuestro hombre visualiza se construye sobre ese doble flujo incesante de inmigración. Primera y segunda clase. Ambas imprescindibles. Oponerse a ello no es más que una ensoñación quijotesca. Un sinsentido. ¿Y la comunidad preexistente? ¡Qué más da! ¡El mundo es movimiento, y los lugares no son de nadie!.Más vale asumirlo, digerirlo y adaptarse. Con aranceles o sin ellos, con independencia de la geopolítica y pese a que la nostalgia se articule a través de opciones políticas de ánimo disruptivo, lo fundamental no cambiará. Es el 2025, pero escuchándolo uno viaja al 2007: la tierra es plana, y la ­historia, al menos la económica, la única que para él marca la diferencia, se ha acabado. La política, las instituciones, los hombres y mujeres no son más que una florida ­co­mitiva. Subalternos sin más papel que el de seguir, unos con entusiasmo, otros con ­resignación, al flautista financiero.

Hablamos de más cosas, no solo de inmigración. De la IA, por ejemplo. Más que de su impacto en el mundo real, lo bueno y lo malo que pueda traer, lo que interesa a nuestro hombre es determinar si hay una burbuja bursátil a su alrededor. Concluye que no, que a lo máximo quizás una sobrevaloración que se corregirá sin excesivo dolor, no explotando como hicieron las puntocom en el 2000. Todo resulta inevitable, obedece a reglas fijas. Así que no hay por qué preocuparse por el impacto radical en el mundo laboral que anticipa la IA. La devaluación, precarización o extinción de puestos de trabajo son cuestiones que no merecen ser catalogadas ni siquiera como daños colaterales. Son solo frías consecuencias.

Hablaremos de más cosas. Pero estas dos, inmigración e IA, son suficientes para entender su cosmovisión: inevitabilidad, resignación y adaptación. Nada puede ser de otro modo, así que hay que apechugar y, sobre todo, sacar partido sin mortificarse moralmente. Es su paradigma y el del mundo al que pertenece. Hace bien apuntalándolo. No hay que morder la mano que da de comer. Y menos si da de comer estupendamente.

De vuelta a casa recupero un libro de Diego Fusaro, un filósofo italiano de matriz marxista que suscita adoración en los ambientes más conservadores y tradicionalistas, al tiempo que es vilipendiado en círculos progresistas por proporcionar munición intelectual a la derecha en entornos obreristas y populares: Pensar diferente. Filosofía del disenso (Trotta, 2022). Antes de envolverlo para enviárselo, añado una nota de mi puño y letra: “Creo que menosprecias la capacidad del ser humano de disentir, de plasmar la disensión en ideas, de que esas ideas subviertan los valores que tú y yo damos por sentados y que con nuevos valores sea posible lo que ahora ni tú ni yo somos capaces de imaginar”. Para rematar añado, a modo de auctoritas, una cita de los Cuadernos de la cárcel de Gramsci que el libro de Fusaro reproduce: “Uno de los ídolos más comunes es el de creer que todo lo que existe es natural que exista”. Como nuestro hombre es listísimo, pienso que no necesitará más para entender el mensaje. Josep Martí Blanch en la vanguardia.com

1 comentario:

  1. Mundos de cambios veloces estos que nos han tocado vivir. Cada vez más artificiales, menos consistentes y hasta resbaladizos, diría yo, parafraseando a Gramsci.

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