Cuando se explique qué pasó el 21 de diciembre en Barcelona tendremos que rebobinar y analizar cómo las televisiones y las radios atizaron el fuego de la discordia. En vez de aplicar criterios de contención, racionalidad y respeto, la semana previa al Consejo de Ministros se ha visto sometida a múltiples autopsias con una característica perturbadora: no se han analizado hechos pasados sino que se ha prejuzgado el futuro. Asumido como una materia prima más para practicar un sensacionalismo emocional primario, el conflicto en forma de disturbios ha incluido la hipótesis implícita de los muertos y una retórica más política que periodística. Una retórica empeñada en ponerse la venda antes que la herida y, al mismo tiempo, en jalear el choque de trenes patrióticos. 
Algún día tendremos que estudiar las similitudes entre la emisión de gases contaminantes que provocan el calentamiento del planeta y los criterios audiovisuales que, con la misma toxicidad, calientan la actualidad. Al rojo vivo (La Sexta), El programa de Ana Rosa (Telecinco), Espejo público (Antena 3) y Tot és mou (TV3) son algunos de los programas que han tenido que torear la complejidad del momento. Un momento que no distingue demasiado entre rigor y espectáculo, alarmismo y propaganda, frivolidad y truculencia y que convierte el espacio audiovisual en un mercado en el que se intercambian más consignas que certezas. Ojalá el fin de semana aporte pausa y sentido común y no acelere el dramatismo entendido como recurso digno del clima mediático previo a la final River-Boca. - sergi pàmies - lavanguardia.com