Joan Tardà ha anunciado que no volverá a liderar la lista de ERC y ahora resulta que todo el mundo –yo, no– ya lo sabía. Tardà ha sido coherente en un territorio teóricamente hostil (Madrid) que lo ha acabado respetando como mal menor de una jerarquía de demonios. El clima político de los últimos años ha sido tan tempestuoso que un diputado tan aparentemente contestatario, primo de aquel estilo expeditivo representado por José Antonio Labordeta, ha acabado siendo asimilado pese a mantenerse fiel a las siglas de su partido sin perder el tono de montaraz representante del maneliquisme-leninisme y del anti-franquismo con y sin Franco. La categoría que separa Tardà de Rufián marca el abismo entre la política entendida como factor idealista de servicio público (con el que se puede discrepar) y la efervescencia frívola de un virtuoso de reality show.
La propaganda no es inocente: a la incendiaria provocación de los 36 diputados de Cs visitando Amer, muchos ciudadanos sin mayúsculas respondieron con un silencio de puertas y tiendas cerradas y la imagen de un patriota desinfectando la zona con fregona y lejía. Cuando Josep Borrell, ministro con licencia para acabar de hundir la reputación de España, hablaba de desinfectar heridas nacionalistas, mucha gente se escandalizó. Ahora el furor por desinfectar ya no tiene fronteras.
En la Ser, Juan José Millás reflexiona sobre el momento político actual y la distancia entre los temas tratados por los profesionales que, en vez de crear problemas, deberían trabajar para solucionarlos. Y concluye que, oyendo a Pablo Casado insultando a Pedro Sánchez, pensó: “Esto no es un país. Esto es un bar, con cabezas de gambas por el suelo y máquinas tragaperras escupiendo monedas”. En el bar de Millás habría que añadir a un policía insultando al ministro Ábalos.
A la hora de analizar los primeros días del juicio tampoco han faltado los análisis tabernarios, como si el juicio equivaliera a la victoria del Girona en el Bernabeu y el fiscal Fidel Cadena fuera Sergio Ramos. En Preguntes freqüents (TV3), tertulia sobre la materia, con la novedad de los movimientos de Cristina Puig, que desorientan al realizador. La moda que obliga a los presentadores a deambular por el plató con aparente naturalidad quizás contribuya al espectáculo, pero, además de marearnos, erosiona la credibilidad de los que tienen que sufrir semejante tortura. Me refugio en el bar Il Giardinetto para, a través de la web de La Vanguardia, ver la entrevista a Javier Cercas. El escritor cuenta que perdió la fe leyendo a Unamuno y denuncia que en todos los momentos convulsos de la historia hay “canallas de las buenas causas”. Parafraseando a Millás: Il Giardinetto no es un bar; es un país. - Sergi Pàmies - lavanguardia.com