En el día de la mujer, mejor dejar el escrito en manos de una de ellas, por la que siento una especial devoción, porque es una mujer, sin más, sin excesos ni alharacas, pongamos que hablo de Llucia Ramis. Con mi padre veíamos el futbol femenino por la tele, y el se refería siempre a 'les nenes', yo me refiero a 'les dones', he cambiado y en cambio me refiero als 'nens' cuando veo a los varones. Y es que el futbol femenino ha hecho mucho por los derechos de las mujeres,

Son niñas. Miran a cámara bajo mensajes como “Será jefa de tecnología”, “Será rectora”, “Será CEO”. Los carteles, en muchos puntos de la ciudad, forman parte de la campaña 8-M del Ayuntamiento de Barcelona, que este año lleva el eslogan “Rompamos el techo de cristal”. Chirría por varios motivos. Primero, porque son niñas. ¿Por qué enfocar el feminismo como un futuro utópico, como una idea que cuajará las próximas generaciones? ¿Por qué hay que preparar el terreno para ellas y no exigirlo ya para nosotras, para las adultas, para las madres y abuelas? ¿Por qué no poner en los carteles a una dependienta o camarera, que combina su trabajo con estudios universitarios, dispuesta a presidir una corporación audiovisual? ¿No puede aspirar una doctora de mediana edad a dirigir el hospital en el que pasa mil horas al día?

¿Y por qué ambicionar puestos de poder y altos cargos propios del neoliberalismo? ¿Y si esas niñas quieren ser agricultoras, maestras, peluqueras, tatuadoras, desarrolladoras de apps o productoras de videojuegos? O escritoras, camioneras, cuidadoras, baloncestistas. Eso sí, con sueldos dignos, horarios decentes, tratadas con respeto, y no como si no merecieran estar donde están cuando ocupan lugares tradicionalmente monopolizados por hombres.

Los niños infantilizan aquello que promueven si es algo responsabilidad de los adultos

La campaña chirría porque es inofensiva. Como lo fueron los Fridays for Future y focalizar en la figura de Greta Thunberg un tema tan fundamental como el medio ambiente. Inofensivos, los niños infantilizan aquello que promueven si es algo de lo que deben responsabilizarse los adultos, caso del ecologismo o la voluntad de cambiar el mundo, o que haya paz. Ya crecerán y entonces se darán cuenta de que la realidad no es tan sencilla como sus deseos naifs. Tenemos tiempo para solucionar con ellos lo que no hemos sabido arreglar hasta ahora. Es lo que transmiten cuando protagonizan campañas que no inciden en los problemas que sufren.

Los carteles tendrían un impacto muy distinto si, en vez de prometer un futuro ideal, fueran acompañados de estas cifras: de las 18.731 denuncias por violencia sexual interpuestas en España en el 2022, un 40% tuvieron como víctimas a niñas. O estas otras: uno de cada diez adolescentes de entre 14 y 17 años reconoce haber sido víctima de conductas de control por su pareja, y la mayoría son chicas, según un estudio del Observatori Social de la Fundación La Caixa. O de este titular: “Las nuevas generaciones son las más escépticas respecto a las desigualdades entre hombres y mujeres”, según el CIS. Serán jefas de investigación y rectoras, pero pasarán por esto.

Entiendo el mensaje positivo y optimista de la campaña; quién no querría lo mejor para sus hijos, lo mejor para sus hijas. Pero no rompe nada, mucho menos el techo de cristal. Ni siquiera lo visibiliza. Diferente sería que en las imágenes apareciera una jefa de tecnología junto a un compañero de trabajo, y la advertencia de que la brecha salarial se ha ensanchado por primera vez desde 2017, según un estudio de la Cambra de Comerç. O que saliera una CEO junto a los rumores e indirectas que ha tenido que aguantar de quienes no obtuvieron el puesto. O una reconocida mujer de éxito con problemas de ansiedad, falta de sueño y de tiempo, y pusiera: “Es malabarista”. O los comentarios que reciben los artículos deportivos escritos por mujeres. O los comentarios y ataques que reciben las campañas y artículos sobre mujeres que realmente sacuden. O una eminente científica a punto de obtener el Nobel, y un señoro al lado que le espetara: “Oye, nena”.