Según denuncia The Guardian, la OTAN no ayudó a unos inmigrantes que iban en patera a Lampedusa y flotaban a la deriva. La Alianza Atlántica asegura que en la zona sólo había un portaaviones, pero estaba a 100 millas náuticas. El barco, que llevaba a bordo a 72 pasajeros, incluidos mujeres, niños y refugiados políticos, tuvo una avería a finales de marzo después de dejar el puerto libio de Trípoli con dirección a la isla italiana de Lampedusa. A pesar de las señales de alarma enviados a la guardia costera italiana y que el barco logró contactar con un helicóptero y un buque de guerra de la OTAN, nadie intentó rescatar a sus ocupantes, denuncia el diario británico.
Sólo once personas que viajaban en el barco, que estuvo a la deriva en alta mar durante dieciséis días, lograron sobrevivir. "Cada mañana, al despertarnos, encontrábamos más cadáveres, que dejábamos a bordo veintidós cuatro horas antes de lanzarlos al mar", relató al diario Abu Kurke, uno de los supervivientes. El derecho marítimo internacional obliga a todos los buques, incluidos los militares, a atender las llamadas de auxilio de los barcos que se encuentran en las proximidades ya prestarles auxilio.
El padre Moses Zerain, un cura eritreo afincado en Roma y que dirige la organización para los derechos de los refugiados Habeshia, fue una de las últimas personas que estuvieron en comunicación con el barco antes que se agotaran las baterías de su teléfono para satélite. "Ha habido una abdicación de responsabilidad que ha resultado en la muerte de más de 60 personas, niños incluidos. Esto constituye un crimen, un crimen que no puede quedar impune sólo porque se trataba de inmigrantes africanos y no de turistas de un crucero ", denunció el sacerdote.
Ante noticias como esta poco hay que añadir, y aunque ahora todo el mundo se sacará las pulgas de encima justificando lo que es injustificable, lo cierto es que han muerto unas sesenta personas que se podían haber salvado. Como dice el padre Moses Zerain, estamos ante un crimen, por omisión, pero un crimen al fin y al cabo, un crimen del que todo el mundo saldrá impune, lavándose se las manos como Poncio Pilatos, y a los muertos nadie les llorará, son anónimos, sin apellidos. Nunca más sabrá nadie de sus allegados más de ellos. Es el barco olvidado, a la deriva como la conciencia de unos gobiernos o estamentos incapaces de reaccionar ante un hecho pequeño para todo lo que está sucediendo, pero grande, dolorosamente grande para los desaparecidos.
Esto es la realidad, la cruda realidad de la guerra y sus daños colaterales, el resto palabras, palabras, palabras. . .
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