Es extremadamente lamentable vivir momentos musicales estando a distancia de la música, sentir que no puedes temblar aunque debería impresionarte; es extremadamente lamentable ser objetivo cuando se escucha música. Tu ser no se deja llevar por el entusiasmo, no siente que tendría que chillar, llorar o derretirse, no participa en un ritmo de frenesí general ni se queda maravillado por el placer de las ondas sonoras. La distancia con respecto a la música te impide realizarte internamente, crecer, dilatarte y estallar. Qué suerte que esos momentos sean tan raros. La música, al hacer sutil la materia, al anularnos como presencia física, nos vuelve etéreos. Cualquier estado musical carece de valor si no anula la conciencia de nuestra limitación en el espacio y no disuelve nuestro sentimiento de la existencia en la secuencia temporal. Los raros momentos en que lamentamos estar distantes de la música no hacen sino despertar en nuestra conciencia la fatalidad de nuestra limitación espacial y temporal, de nuestra distancia con respecto al mundo. Sufres durante esos instantes por no poder volverte inmaterial y puro, porque las depresiones te impiden vibrar, te aíslan como materia en el espacio. Todas las depresiones te aislan en el mundo, como aislarían a una piedra que tuviera conciencia. Tienden a mostrarnos que el hombre, si ya no es objeto, lo fue, sin embargo, una vez; durante la depresión, el sujeto percibe cuál es su sustrato y la materialidad que lo liga a la tierra. Existe ahí una auténtica dualidad, por no decir una paradoja. El espíritu en el hombre, que lo vuelve sujeto, tiene conciencia de la materia que lo encuadra dentro de la naturaleza. Así, todas las depresiones no son sino distancias del mundo donde el espíritu humano soporta la tristeza de su propia materia. El sujeto siente y piensa que es un objeto, que por esa dualidad ya no puede integrarse en el mundo a causa de lo inmensamente distante que está de él, aunque materialmente sea una presencia física similar a la de los demás.

Sin embargo, si experimentamos estados musicales en momentos de depresión, significa que éstos, por las sonoridades, se han inmaterializado; es una transfiguración entera que hace vibrar a las tristezas íntimas y perder su caracter de pesada materialidad. La tristeza, como origen del estado musical y como su resultado, se asemeja sólo exteriormente a la tristeza de todos los momentos no musicales; ya que se purifica con las vibraciones y crece hasta un éxtasis de lo infinito. La distancia del mundo se convierte entonces en un frénetico entusiasmo hacia el vacío que la tristeza ha abierto entre nosotros y el mundo. En la música, el vacío se convierte en plenitud, que puede no ser sino un vacío que vibra. Todos los estados anímicos se transforman en vivencia musical y reciben nuevos caracteres, porque ésta profundiza y vuelve sutiles todos los estados hasta la vibración, fundiéndolos en convergencias e inmaterialidades sonoras.

Sólo aman la música quienes sufren a causa de la vida. La pasión musical sustituye a todas las formas de vida que no se han vivido y compensa en el plano de la experiencia íntima las satisfacciones encerradas en el círculo de los valores vitales. Cuando se sufre viviendo, la necesidad de un mundo nuevo, distinto del que vivimos habitualmente, nace de forma imperiosa para no diluirnos en un vacío interior. Y ese mundo sólo la música puede traerlo. Todas las otras manifestaciones del arte descubren nuevas visiones, configuraciones o formas nuevas; solamente la música trae un nuevo mundo. Las obras más importantes de la pintura, por mucho arrobamiento que te produzca su contemplación, te obligan a hacer comparaciones con el mundo de todos los días y, por consiguiente, no te ofrecen la posibilidad de entrar en un mundo absolutamente distinto. En todas las otras artes, todo está próximo, pero no tanto que se vuelva una intimidad suprema; sin embargo, en la música, todo está tan lejos y tan cerca que la alternancia entre lo monumental y lo íntimo, entre lo inaccesible y lo lírico crea una entera gama de éxtasis interior. Frente a un cuadro del mundo no has sentido que el mundo podría empezar contigo; pero hay finales sinfónicos que a menudo te han llevado a preguntarte si no serás tú el principio y el fin. La locura metafísica provocada por la experiencia musical crece conforme se ha perdido más y se ha sufrido más en la vida; pues a través de ella pudiste entrar de manera más completa en otro mundo. Cuanto más profundizas en la vivencia musical, tanto más agrandas la insatisfacción inicial y agravas el drama original que te hizo amar la música. Si la música es el resultado de una enfermedad, no hace entonces sino ayudar al progreso de esa enfermedad. Pues la música destruye el interés por la acción, por los datos inmediatos de la existencia, por el hecho biológico como tal y deshabitúa al individuo. El hecho de que después de las tensiones íntimas a las que te llevan los estados musicales sientas la inutilidad de seguir viviendo no expresa sino ese fenómeno de desadaptación. Mucho más que la poesía, la música debilita la voluntad de vivir y distiende los resortes vitales. ¿Renunciamos a la música entonces? Todos los que somos fuertes cuando escuchamos música, porque somos débiles en la vida, ¿seremos tan ineptos como para renunciar también a nuestra última pérdida, a la música?

Aconsejo la música de Mozart y de Bach como remedio contra la desesperación. En su pureza aérea, que a veces llega a alcanzar una sublime gravedad melancólica, frecuentemente se siente uno ligero, transparente y angélico. Otras veces tienes la sensación de que a ti, criatura a quien la vida ha sumido en el desconsuelo, te crecen alas que te impulsan a un vuelo sereno, acompañado de discretas y veladas sonrisas, en una eternidad de evanescente encanto y de dulces y acariciadoras transparencias. Es como si evolucionaras en un mundo de resonancias trascendentes y paradisíacas. Todo hombre tiene en potencia algo de angélico, aunque no sea más que por la pena de no tener semejante pureza y por la aspiración a una serenidad eterna. La música nos despierta el pesar de no ser lo que tendríamos que ser, y su magia nos cautiva por un instante trasponiéndonos a nuestro mundo ideal, al mundo en el que habríamos tenido que vivir. Tras el conflicto demencial de tu ser, te acomete un anhelo de pureza angelical, y nos hace esperar alcanzar un sueño de trascendencia y serenidad, lejos del mundo, flotando en un vuelo cósmico, con las alas extendidas hacia vastas lejanías. Y me entran ganas de tragarme los cielos que a mi no se me han abierto nunca...

emil michel cioran