El Tribunal Constitucional (TC) navega rumbo a una nueva colisión con Catalunya. Los magistrados tienen desde este miércoles sobre la mesa una ponencia que propone anular la prohibición de los toros aprobada por el Parlamento de Catalunya el 28 de julio de 2010. Lo más probable es que se debata y se apruebe en dos semanas, pero la noticia ha reabierto ya la guerra entre pro y antitaurinos y amenaza con lanzar más combustible al enfrentamiento entre la Generalitat y el Estado al amputar otra competencia que sólo el PP discutió en su día que corresponda a Catalunya. Teniendo en cuenta que la cosa viene de 2010, hay que reconocer que el TC no sufre eyaculación precoz con el trasunto del asunto de las corridas. A las cinco de la tarde es la hora de la corrida, del té o de algún partido de fútbol que antes eran todos a la misma hora.

Pero que nadie se preocupe, las corridas de toros no volverán a Catalunya, la iniciativa legislativa popular que terminó con un espectáculo que nos avergonzaba a una gran mayoría de la sociedad catalana y que sigue avergonzando a una gran mayoría de la sociedad española no lo puede permitir. Si como parece, el Tribunal Constitucional dicta sentencia a favor de anular la ley catalana que prohíbe las corridas, tropezará con la Generalitat, que podría regular este espectáculo poniendo tantas trabas y condiciones imposibles que llegarían a sacar las ganas hasta de el empresario más entestado en seguir perdiendo dinero en la Monumental de Barcelona para llenar la plaza con turistas de tercera y llenarla de verdad sólo cuando viene José Tomás, un torero - por cierto - muy sobrevalorado, pues el único mérito que tiene es que no se arruga delante del toro, y sabe matarlo de manera efectiva.
  • «Los toreros tendrán que lidiar las bestias con armadura, casco con pluma lateral, visor y cresta alta, y escudo de legionario romano para garantizar su protección vital», podría dictaminar el nuevo reglamento de espectáculos taurinos de Cataluña que se debería redactar. Aunque preferiría un articulado más fiel a la gloriosa y famosa lucha de cuerpo a cuerpo entre la bestia y el hombre: «Los toreros lucharán contra el toro en igualdad de condiciones, completamente desnudos, o si lo prefieren, con tutú rosa». Y para ser justos con todos los participantes, el reglamento debería indicar que antes de empezar la fiesta la bestia participante tuviera que firmar de puño y letra un documento donde se comprometiera a estar en pleno uso de sus facultades físicas y mentales para poder participar en el espectáculo. Y el caballo también, satiriza Aída Gascón en el periódico.

Y es que ¿por qué tienen que devolver las corridas de toros en Catalunya cuando nadie las ha echado de menos durante estos últimos seis años? No hay un movimiento social que reclame volver a ver sangre en la arena los domingos por la tarde. Hacía muchos años que la tauromaquia barcelonesa sobrevivía a base de turistas que venían engañados. Rusos, japoneses, chinos, italianos y algunos ingleses, muchos de los cuales salían horrorizados -y a veces incluso vomitando o llorando- al presenciar la dantesca imagen de un toro moribundo escupiendo sangre mientras la gente aplaudía. Los que hay detrás, y muy por detrás, de la terquedad de imponer esta plaga son los mismos que llevan la «defensa de la tauromaquia» en su programa electoral. Los mismos con los que militaba -¡Qué casualidad! - El actual presidente del Tribunal Constitucional. Los mismos que, por cierto, gastaron 6.000 euros en corridas con las famosas tarjetas black.

Dicho esto, si la Generalitat quiere tener toda la legitimidad moral para prohibir las corridas, que ponga fin a los correbous también, lo que no puede ser es prohibir una cosa y consentir la otra, y esto de permitir los correbous - que es otra salvajada - lo hizo el Partido sin nombre, antes dicho CDC o CiU, por cuestiones puramente electorales de cara a la gente de las tierras del Ebro, pero insisto, si quieren tener legitimidad, que prohíban también los correbous. O así me lo parece a mí.