¿DE VERAS EXISTIÓ NAPOLEÓN?


 Como las manzanas, también las dudas hiperbólicas siempre están al alcance e la mano; por ejemplo, Dios podría habernos creado hace diez segundos con todos nuestros recuerdos, o bien toda nuestra vida podría ser un sueño bién ideado o también podríamos haber equivocado sistemáticamente todos nuestros cálculos y, por ejemplo, todas las palabras que pronunciamos podrían tener un sentido radicalmente diferente de aquel que les atribuimos.
Junto a estos interrogantes, hay una segunda familia de dudas, menos frecuentadas porque son menos clamorosas, ya que sólo son posibles en el interior de nuestro sistema de referencia. Uno puede preguntarse -suponemos- si Napoleón en verdad existió; se trata de una pregunta rara, porque, si creemos que este mundo existe, es muy extravagante preguntarse si Napoleón existió, o si ha habido algo como aquella especifica determinación de la temporalidad, vigente en ciertas culturas y no en otras, que se llama "historia", y en la que Napoleón ha representado un papel eminente. En rigor, sólo esta segunda especie de dudas -mucho más rara y mucho más absurda que la primera- podría ser el ámbito de aplicación del escepticismo hermenéutico.
Sin embargo, si esto es verdad, ¿no parece quizá muy singular la tentativa de quien, a partir de la historia? (o sea lo que es interno a nuestro sistema de referencia) se propusiera relativizarse (¿por que?) La realidad del mundo en que vivimos? en resumen, ¿de qué manera una interpretación podría hacer
efecto en el ser? La creencia de que la historia pueda asegurar un modo de relativización de la objetividad surge de la hipótesis (no ingenua, sino cultural) que tiene una finalidad: justo lo que es negado con vigor, por ejemplo, por el concepto del eterno retorno. Así, a la luz de tal finalidad, que no es un hecho -y que lo es, menos que nunca, para quien no crea en la resurrección ni en el fin de todas las cosas por entropia-, se considera que se puede tachar de ilusión toda pretensión de verdad. 
La cuestión es ésta: si la tradición expresa algunos puntos de vista no compartidos universalmente, no hay ningún motivo no contingente para aceptarla; si es verdaderamente universal, o sea, si abarca al menos la extensión de la Tierra, recae en un dominio de evidencias que ninguna interpretación puede socavar.
En fin, ni incluso la más bella de las mujeres puede dar mas de lo que tiene; la historia y el lenguaje, como el éter y lo calórico, explican muchas cosas, pero no todas, y tampoco es un hecho que nos digan siempre la verdad. Y nosotros hacemos muchas hipótesis sobre la realidad en que vivimos y hasta pensamos que debemos salvar los fenómenos, pero la verdad es que tenemos que salvar nuestras filosofías del riesgo de negar la evidencia, que no tiene ninguna necesidad de ser salvada disfrutando del con-senti-miento universal, que no és sólo el consensus gentium: existe un mundo y es éste.
De lo contrario, existiría un mundo en el que se dice "Mundo", otro en el que se dice Welt, otro más en donde se dice Monde o World; y además (ya que el individuo es inefable), un mundo para cada uno, o sea el mundo en el que todos duermen.

Maurizio Ferraris

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