El anciano dictador murió hace mucho tiempo. Los medios oficiales recién han anunciado la última y definitiva defunción de Fidel Castro y he creído percibir en el mensaje luctuoso más alivio que duelo. Si yo fuera una persona piadosa sentiría al menos una pizca de pena, pero no es el caso. 
Definitivamente, la piedad por los déspotas no se cuenta entre mis pocas virtudes. Y, como siempre he preferido el cinismo por sobre la hipocresía, estoy convencida de que el mundo será un mejor lugar sin él. De cualquier modo, para mí ya el anciano dictador había muerto mucho tiempo atrás, en una fecha imprecisa, sepultado bajo alguna polvorienta lápida sin epitafio en lo más recóndito de mi memoria, así que solo puedo sentir curiosidad por lo que pudiera significar este esperado (desesperado) desenlace para aquellos que han mantenido atados sus destinos a cada espasmo de sus numerosas muertes. 
En las frases que vienen a continuación se definen las sensaciones de Miriam Celaya hacia Fidel, las suyas y las de la mayoria de cubanos.
  • Los propios cubanos ayudábamos a construir las rejas de nuestra cárcel y, dóciles, dejábamos las llaves en manos del carcelero.
  • El verdadero poder de Fidel Castro nunca fue el amor de los cubanos, sino el temor inconfesable que estos sentían hacia él.
  • Para casi todos los cubanos suele resultar más cómodo esperar los cambios derivados del curso de la naturaleza que arriesgarse a hacerlos por sí mismos. 
  • Temor, admiración, respeto, devoción, duda, incredulidad, rencor, desprecio y, por último, la más absoluta indiferencia, fueron las sensaciones que su existencia marcaron en mí.
  • Miriam Celayala Habana - 26.11.16