Llegó un momento en que la lucha entre los trenes y los autos tomó ribetes desesperados. Todos creyeron, un poco ingenuamente, que aquel tímido Citroen, aplastado sin piedad por el Expreso del Norte en las postrimerías de marzo, había sido tan sólo un accidente. Un lamentable accidente como lo había catalogado la prensa. Pero ya en junio, la víctima fue un ampuloso Dodge Polara que, destrozado, despedazado e inútil cayó al costado de la vía del Trueno de Plata. Hubo quienes, incluso, ignorantes de la realidad o simplemente poco advertidos, celebraron el sacrificio del Dodge, contentos ante la oscura suerte de coche tan orgulloso y pedante.
Pero lo que desencadenó todo, lo que despertó violentamente el rechazo popular y los ataques virulentos de la prensa fue el suceso de Recalada. Un pequeño e indefenso "ratón alemán" fue vandálicamente atropellado y reducido a chatarra por el fatídico Expreso del Norte.
El hecho fue repudiado, hasta incluso, por el Gremio de Guardabarreras y Obreros del Riel en una extensa solicitada. La clara posición de dicho gremio,
tradicionalmente férreo defensor de todo cuanto significara ferrocarriles desconcertó a la prensa especializada, a la sazón abocada a la investigación de los motivos ocultos que impulsaban a esa sanguinaria campaña destructiva.
Los automotores, en tanto, optando por un papel de víctimas procuraron ampararse en la legalidad. Reclamaron a viva voz severos controles de seguridad en todos los pasos a nivel. Alarmas electrónicas y veedores oficiales nombrados por el gobierno.
Los ferrocarriles aceptaron esto, contraatacando públicamente con avisos y solicitadas donde desestimaban todo tipo de acusaciones, aducían los lamentables sucesos a una funesta racha de accidentes y reivindicaban al Expreso del Norte, ratificándole la confianza de la empresa. No obstante, ante las apelaciones de los automotores, accedieron a que el Expreso del Norte fuese revisado exhaustivamente por un equipo de expertos para sondear algún posible desequilibrio. Agosto pasó en una tensa calma, tan sólo alterada por una pequeña manifestación de automotores
utilitarios que colocaron en Recalada una placa recordatoria del alevoso crimen del "ratón alemán".
Todo estalló finalmente, en setiembre. Un camión que transportaba coches recién salidos de la fábrica Peugeot fue sorprendido en la noche, triturado y vejado por El Serrano, tren de velocidad y potencia sorprendentes. Aquello desató el escándalo. Veinte coches de corta edad, impecables, fueron destruidos, reventados y despedidos en todas direcciones. En la horrible noche se oyeron claramente los espantosos crujidos de los chasis, las explosiones agónicas de las bombas de aceite, los reventones convulsivos de los neumáticos, el alarido doloroso de las bocinas. En cientos de kilómetros a la redonda se encontraron segmentos de caños de escape, volantes fracturados, motores con la tapa de cilindros levantada. Testigos presenciales aseguraron que El Serrano venía con todas las luces apagadas, sin pitar, bajas las ventanillas de los vagones. Hubo quien afirmó haberlo visto en las proximidades de Torrecillas, quieto y silencioso, en la oscuridad, como esperando.
Un minucioso informe de la Cámara de Automotores presentado con urgencia ante las autoridades consignaba que El Serrano ya había purgado 10 años antes una severa sanción por atropellar una motocicleta con sidecar, siendo destinado a rodar por las frías llanuras sureñas. Toda la prensa sin excepción exigió un ejemplar castigo y una profunda investigación para determinar las causas de esa guerra ahora ya desembozada. Tan sólo el periódico de los ferrocarriles "La Vía Muerta" defendió tenazmente al Serrano, atribuyéndole condiciones vindicatorias. Los ferrocarriles desautorizaron a "La Vía Muerta", dejando clara constancia de que dicho periódico no era un órgano oficial de la empresa.
Pero indudablemente las cartas estaban echadas y el juego era bien claro. En octubre, un camión naftero solidarizándose con los automóviles atropelló e hizo saltar de los rieles al "Flecha de Oro". Veinticinco vagones rodaron por el terraplén en un pandemónium de chirridos, crujidos y estallidos de cristales, la guerra era un hecho. "La Vía Muerta", con el título "¡Despertad, locomotoras!" lanzó una abierta proclama de lucha y venganza.
Hace dos semanas, un pequeño y ágil Fiat 600, cayendo por una toma de aire, produjo la más espantosa catástrofe en la historia de los trenes subterráneos. La actitud a todas luces suicida del 600 dio una pauta clara sobre la siniestra determinación de los bandos en pugna. Ayer una noticia conmovió los medios periodísticos mundiales. En el Atlántico, cerca de las Islas Canarias, un inmenso Boeing 704 se abatió como un tornado sobre un buque carguero holandés que transportaba locomotoras hacia Trinidad Tobago. Hoy, el cielo amaneció negro de aviones y en las carreteras, a través del smog, millones de autos corrían hacia la ciudad. A esta hora, golpean despiadados contra las bases de los edificios más elevados.
Los trenes matan a los autos
Roberto Fontanarrosa
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