En un país en el que casi nadie se pone de acuerdo en nada, no podíamos dejar pasar el Día de la Constitución sin que los políticos nos sometieran a su particular espectáculo de reunión de escalera en Aquí no hay quien viva. Hace años que marean la perdiz, y aun así sienten la necesidad de castigarnos, al menos, cada 6 de diciembre.
Rajoy, cuando asumió hace un siglo el liderazgo del PP, era de los que no querían tocar ni una coma de la Constitución. Ahora, tampoco. Pero ha evolucionado hacia un discurso igualmente rígido que consiste en retar a los partidos de la oposición a que le digan qué quieren cambiar, sin sentarse con ellos para que se lo expliquen. O sea, nada. El PSOE de hace cuatro días, cuando aún estaba Pedro Sánchez, proponía una reforma «federal» sin, efectivamente, llegar a detallar nunca en qué consistía exactamente su plan. Ahora propone lo mismo, pero va desparramando alegremente por los medios a algunos de sus dirigentes para decir unos que Catalunya es una nación, otros que no y algunos afirmando una cosa por la mañana y la contraria por la tarde. Ahora ya no sabemos qué proponen los socialistas, porque desconocemos quién es la máxima autoridad o qué le vendrá bien a Susana Díaz cuando se disuelva la gestora. Y luego ya está el PSC, que en este asunto se ha movido más -si cabe- que las caderas de Iceta.
Tampoco son mucho más inspiradores los discursos de los nuevos actores políticos. Antes, Pablo Iglesias iba el 6 de diciembre a los actos del Congreso alegando que no pensaba permitir que la Constitución fuese patrimonio únicamente de «los señores de los cócteles». Este año no ha ido. Vamos, que Iglesias ha cambiado de opinión, valga la redundancia. Y en Ciudadanos, que hasta ahora tenían un discurso igual de previsible que el de Rajoy pero en edición de bolsillo, va y resulta que hay quien abre la puerta a celebrar una consulta sobre la independencia si es legal. Es un discurso interesante el que se le escapó a Inés Arrimadas, si no fuera porque entre matizaciones y rectificaciones posteriores intuimos que fue un error -o no- y que, en realidad, se olvidó de hacer la consulta primero con Albert Rivera. Puedo seguir, porque, por ejemplo, el Partit Demòcrata Català pasa olímpicamente de la Constitución con una mano mientras con la otra interpone recursos ante el Tribunal Constitucional, como si fueran cosas distintas.
El panorama ante una posible reforma de la Constitución me parece poco serio; muy poco serio comparado con los problemas que urge afrontar. La que hay ahora tuvo siete padres muy distintos. Y los que tendrían que modernizarla exhiben actitudes demasiado estrafalarias y cada uno es de su padre y de su madre.
CRISTINA PARDO
ELPERIODICO.COM
Marear la perdiz
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