Me desligo de las apariencias y, no obstante, me enredo en ellas; mejor dicho: estoy a medio camino entre esas apariencias y eso que las invalida, eso que no tiene ni nombre ni contenido, eso que no es nada y que es todo. Nunca daré el paso decisivo fuera de ellas. Mi naturaleza me obliga a flotar, a eternizarme en el equívoco, y si tratara de decidirme, sea en un sentido o en otro, perecería por salvarme.
Mi facultad de decepción sobrepasa el entendimiento. Ella es quien me hace comprender a Buda, pero también es ella quien me impide seguirlo. Si algo no logra ya apiadarnos, deja de existir, de ser tomado en cuenta. Por eso nuestro pasado deja de pertenecernos tan pronto se convierte en historia, en algo que no interesa ya a nadie, nos dice Cioran, y no es ya que deje de pertenecernos, és que vivimos en un presente permanente que de hecho instantàneamente és pasado y nunca futuro, el futuro està siempre por construir i el presente se deshace continuamente, y eso son apariencias que no engañan, pues son eso, apariencias.