No odio a nadie; pero el odio ennegrece
mi sangre y quema esta piel que los años
fueron incapaces de curtir. ¿Cómo domar,
bajo juicios tiernos o rigurosos, una
espeluznante tristeza y un grito de despellejado?
Quise amar la tierra y el cielo, sus hazañas y sus fiebres, y no encontré nada que no
me recordase la muerte: ¡flores, astros, rostros, símbolos de
marchitamiento, losas
virtuales de todas las tumbas
posibles! Lo que se crea en
la vida, y la ennoblece, se
encamina hacia un fin macabro o vulgar.
La efervescencia de los corazones ha
provocado desastres que ningún demonio se
hubiera atrevido a concebir. En cuanto
veáis un espíritu inflamado,
podéis estar seguros de que acabaréis por ser víctimas
suyas. Los que creen en su verdad -los únicos de los que la memoria de los hombres
guarda huella- dejan tras ellos el suelo sembrado de cadáveres. Las religiones cuentan
en su balance más crímenes de los que tienen
en su activo las más sangrientas tiranías
y aquellos a quien la humanidad ha divinizado superan de lejos a los asesinos más
concienzudos en su sed de sangre.
El que propone una fe nueva es perseguido, en espera de que llegue a ser a su vez
perseguidor: las verdades empiezan por un conflicto con la policía y terminan por
apoyarse en ella; pues todo absurdo por el
que se ha sufrido degenera en legalidad,
como todo martirio desemboca en los párrafos de un código, en la sosera del
calendario o en la nomenclatura de las calles. En este mundo,
hasta el mismo cielo
llega a ser
autoridad; y se han visto períodos que sólo vivieron para él, Medievos más
pródigos en guerras que las épocas más disolutas, cruzadas bestiales, falsamente
teñidas de sublimidad, ante las cuales las
invasiones de los hunos parecen travesuras
de hordas decadentes.
Las hazañas inmaculadas se degradan en em
presa pública; la consagración oscurece
el nimbo más aéreo. Un ángel protegido por un guardia civil: así mueren las verdades
y expiran los entusiasmos. Basta que una revuelta tenga razón y que cree entusiastas,
que una revelación se propague y una
institución la confisque para que los
estremecimientos otrora solitarios -caídos en suerte a unos cuantos neófitos
pensativos- se emporquen en una existencia prostituida.
Que se me señale en este
mundo una sola cosa que comenzase bien y que no haya acabado mal. Las
palpitaciones más orgullosas se hunden en una
alcantarilla, donde dejan de latir, como
llegadas a su término natural: esta decadencia constituye el drama del corazón y el
sentido negativo de la historia. Cada «ideal» alimentado, en los comienzos, con sangre
de sus sectarios se aja y se
desvanece cuando lo adopta la
masa. He ahí la pila de
agua bendita transformada en escupidera:
es el ritmo ineluctable del «progreso»...
En estas condiciones, ¿sobre quién volcar el odio? Nadie es responsable de ser y aún
menos de ser lo que es. Aquejado de existencia, cada uno sufre como un animal las
consecuencias que de ello se derivan. Así
es como en un mundo en el que todo es
odioso, el odio llega a ser más vasto que el
mundo y por haber superado su objeto, se
anula.
EM. Cioran - Breviario de podredumbre.
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