En el año 1770, apareció en Londres un escrito anónimo bajo el título,'An Essay on Trade and Commerce',(Un ensayo sobre la industria y el comercio), que en aquella época hizo un cierto ruido. Su autor, un gran filántropo, se indignaba porque:
«(...) a la plebe manufacturera inglesa se le había metido en la cabeza la idea fija de que, como ingleses, todos los individuos que la componen tienen por derecho de nacimiento el privilegio de ser más libres y más independientes que los obreros de cualquier país de Europa. Esta idea puede ser útil respecto a los soldados, porque estimula su valor; pero cuanto menos estén imbuidos los obreros de las manufacturas de tal idea, tanto mejor será para ellos mismos y para el estado. Los obreros no deberían nunca considerarse independientes de sus superiores. Es extremadamente peligroso alentar tales caprichos en un estado comercial como el nuestro, donde tal vez las siete octavas partes de la
población poseen muy poca o ninguna propiedad. La cura no se completará hasta que los pobres de la industria se resignen a trabajar seis días por la cantidad que ahora ganan en cuatro».

Así pues, un siglo antes de Guizot ya se predicaba abiertamente en Londres el trabajo como freno a las nobles pasiones del hombre.
«Cuanto más trabajen mis pueblos, menos vicios tendrán —escribía Napoleón desde Orterode—.Yo soy la autoridad..., y estaría dispuesto a ordenar que el domingo, pasada la hora del servicio divino, se reabrieran los negocios y volvieran los obreros a su trabajo.»
Para extirpar la pereza y doblegar los sentimientos de orgullo e independencia que ella engendra, el autor de An Essay on Trade and Commerce propuso encerrar a los pobres «en casas ideales de trabajo» (ideal workhouses), que se convertirían en «casas de terror, donde se obligaría a trabajar catorce horas diarias, de modo que, descontando el tiempo de las comidas, quedarían siempre doce horas de trabajo llenas y enteras».
Doce horas de trabajo por día; he ahí el ideal de los filántropos y de los moralistas del siglo xviii. ¡Cómo hemos sobrepasado ese non plus ultra!
Los talleres modernos se han convertido en casas ideales de corrección; donde se encarcela a las masas obreras, donde no sólo se condena a trabajos forzados de doce y catorce horas diarias a los hombres, sino también a las mujeres y a los niños. Mensaje oculto, seria un ejemplo de ello.