• Sólo desde la insensibilidad y la absoluta falta de empatía pueden los políticos intentar protagonizar lo que debería ser un homenaje a las víctimas.

Pocas cosas más ridículas y deprimentes que ver cómo, lo que tenía que ser un homenaje a las víctimas de los atentados de agosto en Barcelona, se ha ido convirtiendo en un reality donde apenas se habla de los protagonistas. Sólo se discute y polemiza de la manera más burda y ramplona sobre la actitudes y los gestos de una colección de personajes secundarios que no deberían tener importancia porque carecen de ella. Los únicos realmente importantes son todas las víctimas de agosto y sus familias, el recuerdo y el consuelo que merecen.

Felipe VI, Pedro Sánchez, Ada Colau, Quim Torra, Pablo Casado o Albert Rivera sólo son figurantes, actores secundarios en un drama que únicamente desde la insensibilidad y la absoluta falta de empatía pueden intentar protagonizar de una manera tan burda y desconsiderada.

Hay que ser muy poco empático para intentar convertir la presencia del rey en el homenaje del viernes en una demostración de fuerza del Estado, como parece pretender el gobierno al haber hecho bandera de la presencia real. Hay que ser muy poco sensible para pretender transformar esa misma presencia en todo lo contrario y mudar el acto en una suma de desplantes, como parece que aspira una parte del independentismo. Hay que ser bastante cínico para convertir lo que pueda suceder en la prueba del algodón de la legitimidad del gobierno, como pretenden Pablo Casado o Albert Rivera.

Soy de los que piensan que las autoridades no deben ir jamás a las manifestaciones ni a los homenajes. No es su sitio ni les corresponde. Su trabajo consiste precisamente en que no haya razones para manifestarse ni víctimas a las que homenajear, no en presidir tales actos. Si tanto interés tienen en acudir que lo hagan como ciudadanos corrientes, sin escoltas ni privilegios de acceso ni zonas vip, entre la gente de a pie a la deben servir y proteger.

Que lo hagan rodeados de todo el aparato y la pompa del poder, peleados por ver quién se queda con la rentabilidad política y mediática del homenaje, sólo puede servir para recordarnos su propia incompetencia y su más bien escasa humanidad. Ni una palabra más merecen. Antón Losada