SOCIEDAD DE LA DESINFORMACIÓN


El concepto, aún nuevo, de desinformación ha sido recientemente importado de Rusia junto a muchas otras investigaciones útiles para la gestión de los estados modernos. Es muy utilizado por un poder -o corolariamente por personas que ostentan un fragmento de autoridad económica o política- para mantener lo establecido; y atribuyendo siempre a esa utilización una función contraofensiva. Lo que puede oponerse a una única verdad oficial debe ser necesariamente una
desinformación emanada de potencias hostiles o al menos rivales, intencionadamente falseada por la malevolencia. La desinformación no es la simple negación de un hecho que conviene a las autoridades, o la simple afirmación de un hecho que no les conviene: a eso se le llamaría psicosis.
Contrariamente a la pura mentira, la desinformación —y he aquí por qué el concepto resulta interesante para los defensores de la sociedad dominante— fatalmente debe contener una cierta dosis de verdad, pero deliberadamente manipulada por un hábil enemigo. El poder que habla de desinformación no se cree él mismo libre de defectos, pero sabe que podrá atribuir a cualquier crítica esa excesiva insignificancia que está en la naturaleza de la desinformación; y de esa manera jamás tendrá que reconocer un defecto propio.
La desinformación sería, en definitiva, el mal uso de la verdad, quien la lanza es culpable y quien la cree, imbécil. Pero ¿quién será pues el hábil enemigo? En este caso no puede ser el terrorismo, que no corre el riesgo de "desinformar" a nadie, puesto que está encargado de representar ontológicamente el error más burdo y menos admisible. 
Gracias a su etimología y a los recuerdos contemporáneos de los enfrentamientos que, hacia mediados de siglo, opusieron brevemente el Este al Oeste, espectacular concentrado y espectacular difuso, aún hoy el capitalismo de lo espectacular integrado finge creer que el capitalismo de burocracia totalitaria —a veces presentado incluso como la base oculta o la inspiracion de los terroristas— sigue siendo su enemigo esencial, al igual que el otro dirá lo mismo del primero, a pesar de las innumerables pruebas de su alianza y profunda solidaridad. De hecho, todos los poderes establecidos, a despecho de rivalidades locales, y sin querer reconocerlo jamás, piensan continuamente lo que supo recordar un día —desde la subversión y sin demasiado éxito entonces— uno de los raros internacionalistas alemanes, después de comenzada la guerra de 1914: "El principal enemigo está en nuestro país." Finalmente, la desinformación es el equivalente de lo que, en el discurso de la guerra social del siglo XIX, representaban "las malas pasiones". Es todo lo que es oscuro y se arriesga a querer oponerse al extraordinario bienestar con que esta sociedad, como es sabido, beneficia a aquellos que le otorgan su confianza; bienestar que no podría pagarse con todos los riesgos o insignificantes sinsabores. Y todos los que ven ese bienestar en el espectáculo, admiten que no hay que escatimar en su coste; mientras, los otros desinforman. - Guy Debord

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